En el último semestre se habíamos
sufrido varios sacudones con características de terremoto, pero de terremoto en
ambos bolsillos, cuyo epicentro tenía un forado más grande que el de
Oldebretch; pero que sin lugar a dudas había sido ocasionado por el aumento en la remuneración
(justa, dicen los malditos; je, je,) implementada solo para cierto sector
público que en los últimos treinta años, venía dando pena su labor (?), dizque
muy protectora o vigilante de la comunidad entera; la misma que había remecido,
como un cataclismo, hasta los cimientos más profundos de nuestra alicaída
virilidad haciéndolos sonar como huevos de pascua vacíos. Esta infernal diarrea
mental fue el corolario de una manida acción de amparo gubernamental : suba
inmediata de la gasolina (ahora de quince octanos), pero con la misma cantidad
de azufre, plomo y demás derivados; la que fue inmediatamente acompañada de una
serie de presentaciones de las mejores bandas nacionales: la del SUTE y sus
Rojos de Cajamarca, La pacífica Cámara de la Destrucción, Alan y sus Rabiosos
doberman, El Hermano Kenyi y sus Cuatro Gatas, etc.etc; así como una serie de
agrupaciones espontáneas como: Los Magos
de las verduras, quienes fraguaron la desaparición de los limones preparada por
los mismos productores asociados. Amén de los otras diarreas terrenales (las de
verdad) que, a nosotros, los pobres habitantes de Cholifornia, nos tienen meyándonos
de miedo porque su natural bondad ya nos había advertido a través de millones
de años, que los milenarios huaycos son infalibles, que siempre se tiran (y se
tirarán) el 50% de carreteras, pueblos y habitantes de sus inmediaciones; así
como la infaltable presencia del Niño que nos deja calatos y embarrados como
palo de gallinero o peor, cuando se trata de la Niña, que solo por su delicada
naturaleza jode y jode hasta decir basta. Lo cierto es que como reza el refrán:
sobre cuernos palos.
Sería las cinco de la mañana y yo
me recogía en ese instante (sano y bueno, por siaca), estaba por el segundo
patio de mi finca, cuando –sin mentirles- vi que las paredes de las pequeñas
viviendas se saludaban muy afectuosamente, a punto de quererse abrazar
efusivamente; mecidas al ritmo de un ruido subterráneo que seguía temblando por
debajo de mis piernas; seguida, de una inmediata pesadez en el ambiente,
poniéndola extrañamente enrarecida. Me detuve un instante, sobresaltado y luego
volé hacia la pileta central que en esos momentos manaba agua como nunca.
Ponto, los desesperados ayes y
los gritos despavoridos de las innumerables viviendas se escapaban indistintamente,
haciendo abrir desesperadamente sus puertas y de ellas, se asomaron infinidad
de vecinos medio desnudos, solo las viejas matronas salían vestidas hasta con
gorro, pero rengueando atemorizadas; clamando a los cielos calma y compasión;
los viejos trataban de alcanzarlas y los niños, asustados al extremo, se
restregaban sus ojos y no sabían adónde ir ni con quién estar.
Realmente no sé qué me pasó, pero
en vez de adoptar una actitud de contrición, miedo o desesperación, me quedé
tieso como un burro a pesar que no tenía ni una sola gota de alcohol en mis
entrañas. Solo atiné a buscar disimuladamente a las jóvenes vecinas de 15 a 50
años; en especial a las que, meses antes, les había pegado un chequeo minucioso
a nivel calatayud con mi escáner electrónico de última generación.
Efectivamente, fue de última
generación porque apenas salieron de las habitaciones de junto a la mía, Las
Candelas, que eran tres; y Las Cateriano, que eran cinco -al verlas enteritas-,
recién nos enteramos que dormían en puro cuerito. Indudablemente que son esos
momentos que la emoción llega al grado “qué miéchica, a mí que me importa” y
las nueve se fueron a refugiar a mi lado, encerrándome en un círculo, tratando
de cubrir solo al bicho que tenían al centro.
Solo después de un buen rato pude
despertar de mi celestial letargo: en mi desesperación de darles abrigo me
había quedado cubierto solo con mi devota asistencia.
-¡Oiga, vecino desvergonzado, ¿por
qué no se cubre esas inmundicias y permite que las niñas se retiren a sus
casas? ¡Qué tal sinvergüenza del diablo!
-¡Así es, amigo, siempre hay incomprensiva y animal… gente que no
entiende todo el sacrificio ni la solidaridad que uno hace en esos casos! ¿No
es cierto? ¡Tenía que cubrirlas primero…!
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