lunes, 12 de febrero de 2018

TEMBLOR



En el último semestre se habíamos sufrido varios sacudones con características de terremoto, pero de terremoto en ambos bolsillos, cuyo epicentro tenía un forado más grande que el de Oldebretch; pero que sin lugar a dudas había sido  ocasionado por el aumento en la remuneración (justa, dicen los malditos; je, je,) implementada solo para cierto sector público que en los últimos treinta años, venía dando pena su labor (?), dizque muy protectora o vigilante de la comunidad entera; la misma que había remecido, como un cataclismo, hasta los cimientos más profundos de nuestra alicaída virilidad haciéndolos sonar como huevos de pascua vacíos. Esta infernal diarrea mental fue el corolario de una manida acción de amparo gubernamental : suba inmediata de la gasolina (ahora de quince octanos), pero con la misma cantidad de azufre, plomo y demás derivados; la que fue inmediatamente acompañada de una serie de presentaciones de las mejores bandas nacionales: la del SUTE y sus Rojos de Cajamarca, La pacífica Cámara de la Destrucción, Alan y sus Rabiosos doberman, El Hermano Kenyi y sus Cuatro Gatas, etc.etc; así como una serie de agrupaciones espontáneas como: Los Magos de las verduras, quienes fraguaron la desaparición de los limones preparada por los mismos productores asociados. Amén de los otras diarreas terrenales (las de verdad) que, a nosotros, los pobres habitantes de Cholifornia, nos tienen meyándonos de miedo porque su natural bondad ya nos había advertido a través de millones de años, que los milenarios huaycos son infalibles, que siempre se tiran (y se tirarán) el 50% de carreteras, pueblos y habitantes de sus inmediaciones; así como la infaltable presencia del Niño que nos deja calatos y embarrados como palo de gallinero o peor, cuando se trata de la Niña, que solo por su delicada naturaleza jode y jode hasta decir basta. Lo cierto es que como reza el refrán: sobre cuernos palos.
Sería las cinco de la mañana y yo me recogía en ese instante (sano y bueno, por siaca), estaba por el segundo patio de mi finca, cuando –sin mentirles- vi que las paredes de las pequeñas viviendas se saludaban muy afectuosamente, a punto de quererse abrazar efusivamente; mecidas al ritmo de un ruido subterráneo que seguía temblando por debajo de mis piernas; seguida, de una inmediata pesadez en el ambiente, poniéndola extrañamente enrarecida. Me detuve un instante, sobresaltado y luego volé hacia la pileta central que en esos momentos manaba agua como nunca.
Ponto, los desesperados ayes y los gritos despavoridos de las innumerables viviendas se escapaban indistintamente, haciendo abrir desesperadamente sus puertas y de ellas, se asomaron infinidad de vecinos medio desnudos, solo las viejas matronas salían vestidas hasta con gorro, pero rengueando atemorizadas; clamando a los cielos calma y compasión; los viejos trataban de alcanzarlas y los niños, asustados al extremo, se restregaban sus ojos y no sabían adónde ir ni con quién estar.
Realmente no sé qué me pasó, pero en vez de adoptar una actitud de contrición, miedo o desesperación, me quedé tieso como un burro a pesar que no tenía ni una sola gota de alcohol en mis entrañas. Solo atiné a buscar disimuladamente a las jóvenes vecinas de 15 a 50 años; en especial a las que, meses antes, les había pegado un chequeo minucioso a nivel calatayud con mi escáner electrónico de última generación.
Efectivamente, fue de última generación porque apenas salieron de las habitaciones de junto a la mía, Las Candelas, que eran tres; y Las Cateriano, que eran cinco -al verlas enteritas-, recién nos enteramos que dormían en puro cuerito. Indudablemente que son esos momentos que la emoción llega al grado “qué miéchica, a mí que me importa” y las nueve se fueron a refugiar a mi lado, encerrándome en un círculo, tratando de cubrir solo al bicho que tenían al centro.
Solo después de un buen rato pude despertar de mi celestial letargo: en mi desesperación de darles abrigo me había quedado cubierto solo con mi devota asistencia.
-¡Oiga, vecino desvergonzado, ¿por qué no se cubre esas inmundicias y permite que las niñas se retiren a sus casas? ¡Qué tal sinvergüenza del diablo!
-¡Así es, amigo, siempre hay incomprensiva y animal… gente que no entiende todo el sacrificio ni la solidaridad que uno hace en esos casos! ¿No es cierto? ¡Tenía que cubrirlas primero…!     

No hay comentarios.:

Publicar un comentario