lunes, 29 de enero de 2018

ESA MALDITA PATA DE FIERRO



Había transcurrido solo algunos minutos de mi llegada a la casa de vecindad del populoso barrio donde transcurría toda mi feliz niñez y mi expectante adolescencia. La pichanga había resultado más que picante y disputada al extremo; toda vez que las apuestas se habían duplicado y triplicado en casi todos y cada uno de los contrincantes; es decir que esta vez no solo se trataba de ver quién podía anotar la mayor cantidad de goles en el arco del choche que por decisión momentánea y tratando de equiparar equipos, había escogido jugarse la vida en el puesto de más responsabilidad: metido entre dos piedras que hacían las veces de parantes.
-Pero el Cojo Martínez quiere jugar de centro delantero esta vez… porque se está jugando los diez soles que le ha dado su vieja para comprar el pan…
-OK, de acuerdo, ¡pero que no juegue con su muleta de fierro! En la pichanga anterior se llevó a tres jugadores de mi equipo… se los llevó hasta la posta médica…; pero es muy noble el pendenciero, le ha querido prestar sus muletas por las noches… al pobre Renacuajo que está con la pata partida… ¡Y se la ha jurado!
-¿Y cómo va a jugar en una pata?
-¡Que se las arregle! ¡Total, El Cojín siempre ha sido el campeón de la rayuela en una sola entrada y sin parar!
-¡Sí, pueee… nos daba ventaja!
Bueno, bueno; volviendo al partido, acabamos el encuentro pactado a muerte con el 50% de heridos por bando. Ambos equipos habíamos empleado tácticas italianas –el Catenaccio en su máxima expresión de barbarie-, pero logramos empatarlos en el último minuto: siete a siete; pero habían apuestas… así que… ¡Penales!
De antemano sabíamos que el Cojo era suicida y por sus diez soles sería capaz de taparle un penal al mismo Depredador. ¿Qué haríamos?
Efectivamente, el equipo contrario, Los Osos Calzón Negro, lo eligieron por unanimidad y por su amenazante muleta –socorrido recurso de infalible resultado-. Solo tres disparos por un mismo jugador y en caso de igualdad, pateaban los arqueros. Nosotros, Los Panachos, confiamos plenamente en el Tarro Ponce y metió los tres taponazos pese a que en nuestra última chance el Cojo voló a un lado, mientras que la bola se le metía por el otro. Sin dudarlo, lanzó adrede su muleta y desvió el tiro; felizmente la pelota chocó en la parte interna de una de las piedras y pudimos empatar.
Desesperados por ver el resultado del pendiente desafío futbolístico entre los doce íntimos de la Furiosa Tempestad, sorteamos el arco para la ejecución, así como cuál de los equipos empezaría la última ronda. Nuestro zurdo, queriendo dejar en ridículo al Cojo le tiró una rabona creyendo que la bola se le metería chorreada por el lado opuesto de ese rengo arquero; pero éste, de espaldas se volteó como un gato y junto con una sonora carcajada atinó a lanzar la muleta del lado más ancho hacia el otro extremo… y esta vez consiguió desviar totalmente el disparo.
Mientras el equipo ganador lanzaba al aire su doble héroe, esquivando la caída metálica de su pesada arma de combate, daban insolentes vivas y burlones cánticos copiados de las barras bravas; nosotros, cabizbajos, íbamos borrando sus huellas pateando el aire con mucho desánimo y con un dolor muy hondo en el alma. Iba pensando: ese sol tomado del monedero de mi hermano me arañaba desde las entrañas… Pero se han jodido, ya estaban advertidos, el próximo sábado por la mañanita conseguiremos el doble de la apuesta y… seguro que vamos a ganar: le estamos consiguiendo una muleta de palo al Cojo desgraciado… más sabemos que en el fondo es el choche que en cualquier momento él se jugaría la vida por cualquiera de nosotros.
  
  

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