Queridos Bobys: ¡Efectivamente, este fue, es y será un maldito
perro mundo!
Y con esto, no solo quiero
referirme a las perradas ´ocasionales´ de nuestros choches: sablazos sin
compromiso de pago, cuentas pendientes a tu nombre, vales por cinco joncas con
tu firma, cachos en el horizonte cercano o abandonos inesperados durante las
fugas de perro muerto; sino, también, aquellas dentelladas que te da esta perra vida y te arrancha pedazos de alma,
como: que te boten del trabajo por pequeñas faltas, como llegar todos los días
a las 11, debiendo ingresar a las 7 en punto de la mañana, que tu hembra te
exija conocer a sus padres después de 7 años de servinacuy, que tus viejos
tímidamente te aconsejen (en la tarjeta de cumpleaños) conseguir una chambita…
porque acabas de cumplir los 40 o peor, caso desesperado, que te rueguen darte
un baño al mes porque tu efluvios te delatan desde la esquina que se halla a 50
metros.
Sin embargo, hay un hecho que
quedará tan fresco como el olor de un perro muerto después de 8 días o tan loco
como el Can Can de nuestros jaraneros bisabuelos y no precisamente porque el
asunto sea tan grandote como un San Bernardo o tan enano como un Chiguagua.
Tampoco, que por su relativa trascendencia se diga: “muerto el can, muerta la
rabia”, menos, que mi desesperación me haya llevado a estar agazapado, listo
para dar un salto felino y atacar bestialmente con el hocico lleno de espuma,
producto de la rabia canina y que al tratar de hablar solo emita descomunales
ladridos, capaces de ahuyentar a toda una jauría de lobos, incluyendo a mis
amigos y la mayor parte de mi parentela.
Sin embargo, como dice la
canción: por simples cosas de la vida, hace cuestión de un año, más o menos,
fui a visitar con la familia a mi primo, ´El Perro Salinas´ quien tiene una
casa de campo bastante grande junto a su granja de pollos que hoy en día le
asegura tener una vida holgada y con mucha comodidad. ¡¿Que le ha costado
inicialmente llevar una vida de perro?... indudable! Pues solo disponía de una
extensión de terreno baldío, su par de FAL y sus dos fieles compañeros: una
imponente y agresiva dóberman, junto con su gigantesco y juguetón San Bernardo.
Pasamos un día lindo. Ya íbamos a retirarnos, cuando mi querido “Perro Loco”
como lo llamaba, salió con una pequeña y linda cachorrita y se la obsequió a mi
hija menor.
-¡Para mi linda sobrina… esta
linda cachorrita! ¡Cuídenla mucho!
Pasarían dos años y volvimos a la
hacienda del “Tío Loco” para que nuestra esbelta y fornida “Negrita” conociera
a sus padres y hermanos. En esta nueva visita, el amoroso tío quiso regalarnos
otro cachorro de San Bernardo, pero adujimos que no disponíamos del espacio
suficiente y nos regresamos satisfechos del encuentro multifamiliar.
Al poco tiempo, aquella “Negrita”
estaba muy nerviosa y su inusual desarrollo impresionaba cada vez más; luego de
unos meses, empezó a inflarse para, posteriormente, colgarle una panza enorme
que la hacía cada vez más pesada y casi pasaba la mayor parte del día echada en
su camita.
-Papi, ¿qué le pasa a nuestra “Negrita”?
¿acaso está muy enferma?
-No, hijita, ello se debe a que…
¡vamos a tener cachorritos!
Pero hasta la fecha no podemos
encontrar un lugar aparente para aguantar a los tres cachorros de San Bernardo
que acaban de cumplir seis meses; no tenemos dónde sentarnos porque han
destrozado todos los muebles de la casa y ni siquiera podemos dormir cubiertos
en el patio ya que las cobijas son sus servilletas y están con 10 litros de
baba cada una. Lo único que las mantiene en casa es que regularmente se ponen a
jugar con mi suegra y generalmente la esconden hasta por tres días. ¡Pobres
animalitos!... Aunque, lo bueno de todo es que ya están aprendiendo a enterrar
sus juguetes…
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