sábado, 23 de diciembre de 2017

MIS LÍNEAS AÉREAS


Estimado lector, sé que por el título podrías inferir que este texto trata o podría tener hasta tres posibilidades: 1. Que esté referido a mis naves aéreas ultraindetectables, tanto así que yo mismo, a veces, no las hallo; a mis globos aerostáticos camuflados en la estratósfera para identificar algunos políticos y sus ideas que andan divagando permanentemente por allí o aquellos drones supersónicos de mi entera propiedad que andarían…, perdón, que estarían husmeando en diversas misiones recontra ultra top secret (del Kuczy, de Lavajato, o de la inacabable Estrella del Oriente, ojo, y no de la tigresa del oriente, por ejemplo); 2. Que podría versar acerca de mis incomparables palomas mensajeras cruzadas con loro para que chismeen los mensajes que sostengo con mi pata, El Capi; y 3. Que trate sobre inspirados vuelos que me estaría mandando en la solitaria compañía de mi íntima, una sueca virtual de 17 añitos, quien goza de una extraordinaria cantidad en horas de vuelo acumuladas encima.
-¡Pero no! Rotundamente no. Esta es una anécdota tan reciente y secreta como la jurada honradez del Kuczy conocida desde los 80´s. Y como dicen los dermatólogos, voy de frente al grano. Te cuento que, apenas hace unos días, estaba en la Sala de Espera del aeropuerto, esperando el aviso de la recepcionista  para iniciar el ingreso a la aeronave que me llevase a mi destino y, como de costumbre, primero llamaron a los casos preferenciales: pendejos que se hacen pasar por viejitos, viejitas que están arrastrando las alpargatas, pero no quieren sentirse identificadas como ancianas; hombres que llevan en brazos a chicas de 17 años; y chicas de 17 que se agachan hasta el suelo  para leer si le corresponde el vuelo, mostrando toda su potable inclinación al auditorio. Al tiempo que, desesperados, todos sentimos una voz salida de ultratumba que propalaba a los cuatro vientos:
-Los demás pasajeros del vuelo 132, con destino a Tarapoto, sírvanse tomar un relajante; mientras arrinconamos a estas 120 momias, digo, abuelitos del Asilo la última Morada y que se están desparramando de su silla de ruedas. Luego, aparecieron tres menudas figuras vestidas con uniforme rojo. Si bien no eran tan jóvenes ni agraciadas, tampoco eran alguito potables. Inclusive, estaban pálidas, ojerosas que iban y venían. Eran tan flacas que las tres ellas podían pasar tomadas de la mano por el angosto pasadizo.
-¡No hay caso, tras cuernos, palos! –Pensaba-. Si por lo menos llegasen al metro sesenta… Creo que se han escapado de un jardín de infantes. Y esa flaca… pobrecita, ni siquiera estirándose alcanza a tomar las tapas del portaequipajes. Ella se subió a una de las coderas para cumplir su cometido, justo cuando el muchachón de al lado pegó un estornudo de padre y señor mío que le subió su faldita hasta las orejas.
La imagen fue impresionante: sus miserias saltaban a la vista y sus huesudas piernas se mostraron de par en par. Inmediatamente, y por comparación, se me vino a la libido las portentosas azafatas de KLM, Air France, Alitalia o Lufthansa, donde en cada elefante volador lleva diez asientos por fila, con cuarenta filas, cuatro secciones y ochenta potabilísimas azafatas A-1 de 1.80m y con 90-65-120 de base y que para pasar una, la otra tiene que sentarse en tus rodillas y además te puede dar de comer a la boca, te lava, te peina y te talquea, gratis.
Bueno, después de este pasajero accidente por una cuestión de altura, (o de ridiculez), las otras compañeras quisieron remediar el asunto y como nunca, nos dejaron dos galletitas del tamaño de un céntimo y, además, cosa curiosa, no dieron un vaso de café recién hervidito. Y no es que yo comprobara la temperatura, sino que, mi vecina una viejita achacosa y regordeta trató de coger muy delicadamente su bebida caliente solo con dos dedos como si se tratara de una taza con asas, obviamente, se le escapó de los dedos y el quemante líquido fue a parar al regazo y sus alrededores (bolas), de su otro vecino, quien se hallaba gozando de unos chistes en internet. Este no dijo ni chis, pero el salto que pegó, rompió el cinturón, golpeó su porta-equipajes, desprendiendo el seguro y cayó una inocente mochila de diez kilos sobre la pobre viejita. Solo se oyó un profundo suspiro y la atenta flaca volvió a perder el conocimiento.
Todo volvió a la calma. Sentados dentro del avión y listos para aterrizar, pude reparar en la desesperada voz del piloto que presuroso, quería infundir tranquilidad, diciéndonos:
-¡Su atención, señores pasajeros… su atención, por favor! Estamos a punto de arribar a nuestro destino… pero… el tren de aterrizaje… el tren de aterrizaje, el tren… ¡No quiere bajar!... Así que… ¡agárrense de lo que puedan… porque ya estamos a un solo metro de la pista y vamos a dar un rebote de la gran…
Justo en ese mismo instante pasaba por mi lado la misma flaca del cuento y traté cogerme de ella, salté de mi asiento y hasta la fecha la sigo buscando para devolverle todo su pequeño uniforme rojo junto con su calzón que, no sé cómo, terminó en mi maleta y juro que todavía no logro dar una satisfacción razonable a mi mujer.


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