Era el penúltimo
día de aquel fugaz pero irrepetible viaje de promoción a tierras gauchas –tanto
así que nuestras diarias desapariciones, se nos escapaban en una milésima de
suspiro- y nuestros celosos mastines: Mrs. Rocoto, Eleana O´Leary y El Chancho
Martínez “volaban hasta nuestros huecos”, pues no querían perdernos de vista ni
por un brevísimo instante. No sabíamos cómo lo hacían, pero allí estaban,
expectantes, junto a nuestros “secretas escapadas” y completamente enterados de
nuestro menor desliz varonil como… tirar contra –en parejas- después que ellos
personalmente tomaban la lista en cada cama además de comprobar que ya
estábamos camino a caer en los brazos de Morfeo puesto que ya andábamos metidos
en los piyamas de rigor; sin embargo, y para no dar sospecha alguna, al día
siguiente estábamos sentados a la mesa en primer lugar para no dar opción a
regaños o amenazas como aquella de… mañana mismo te regresas…! Así, pues, no
cabía ni mencionar las ´evidentes´ escapatorias nocturnas, imposibles de ser
comprobadas. Tan solo se cruzaban miradas recelosas cual hirientes flechas que
solo acusaban una mayor seriedad; por lo tanto, en la noche anterior, tampoco
quisieron acceder ante nuestras improvisadas súplicas a punto de desbordar
cinco incontenibles mares de lágrimas, tratando de buscar el ansiado permiso
para regresar al hotel a las 12 y media de la noche (?).
Dos semanas
después, ya en el cole, recién pudimos enterarnos que el Payasito Recabarren
nos había delatado, contándoles que nuestra verdadera intención era pegarnos
otra escapada, mucho más larga, para poder gozar de una real y completa noche
en una “Boite”… acompañados de ricas y poderosos damitas ches. Efectivamente, para
cubrir aquel largo trayecto de ida y vuelta se consumía el poco tiempo
disponible y lo que se necesitaba era otro tanto y más para llegar hasta las ´últimas
consecuencias´.
Desde hacía
meses antes del inolvidable viaje y durante los recreos, las deliciosas
anécdotas, contadas una y otra vez con una exquisita malicia adolescente causaban
una efervescencia tal que aquellas “experiencias personales” relatadas con
pelos y señales por el gran Alberto, quien se preciaba conocer medio mundo
–sobre todo el de los mejores centros nocturnos, eran la predilección de todo
nuestro grupo y pedíamos en unánime coro sean repetidas en los cortos espacios destinados
para nuestro refrigerio; además, su realismo era tan vívido, cargado de gestos
y acciones corporales que nos hacía poner de punta hasta los cabellos y relamer
los dedos hasta morirnos de ganas por vivir dichos “placeres mundanos” junto a
esos monumentos de placer y solícita atención… a la brevedad posible!
- No nos
podemos perder este viaje… maricones de mierda! Es el deshueve! Sobre todo…
para los cartuchos como el Negro Víctor, quien todavía no conoce lo que es
acostarse con una hembra de la PM… sobre todo si son chilenas… pero él solo lo
hace con María Palma; sino, vean sus palmas… A ver… Negro de mierda, muestra el
detalle…!
-Y tú, don huevas, ¿por qué prefieres quedarte dormido
sobre tu moto… casi todas las noches?
-Miren, miren!... y déjense de huevadas… lo importante
es que vayamos juntos los cinco. Aquí no hay que no tengo bolsa de viaje, ni
que eso donde vamos a ir es un lugar muy malo… porque te puedes contagiar… Solo
cuando vas a un bulín de mala muerte… te quemas y te cagas! … Aunque sea, se tienen
que tirar la plata de la pensión y asunto arreglado… si no me avisan y yo
soluciono el problem! ¿Ya, cagones?
Esa noche, a las
nueve en punto, nos miraban como bichos raros porque, uno por uno, nos fuimos
despidiendo, señalando, además, que estábamos muy cansados y nos íbamos directamente
al sobre. Esperamos que nos tomasen la lista y pronto ya estábamos “roncando
como unos troncos”. A la media hora volvieron a comprobar nuestra asistencia y
apagaron la luz de nuestro cuarto. Once y treinta empezó el desfile:
-¡Chato, Flaco… suave, uno por uno; ya saben…
por la esquina detrás de la piscina… que ya hemos dejado lista la escalera…sin
hacer ruido… vamos!
Los cinco
cruzamos hasta la esquina opuesta del hotel amparados por la soledad y la
oscuridad de las sombras y pronto no hallamos camino a la Boite Cindirella.
Allí, encontramos poca resistencia en la entrada, un billete de $20 fue la solución
e ingresamos al local después de recorrer un breve pasadizo lleno de plantas con
reflejos intermitentes: verdes y rojos. Desde el fondo venían unas contagiosas
melodías que iban in crescendo conforme avanzaban nuestros nerviosos pasos
camino a la anhelada entrada empujados por los desesperados deseos que
aumentaban nuestras ansias por estar departiendo con las alucinantes hembras
tantas veces soñadas.
-¿Dónde van, pibes?
-Queremos una mesa… junto a la pista!
-Primero, che, esto no es un jardín de infantes… así
que tenés que volver por…
-Aquí tienes $20 americanos… y consíguenos la mesa!
-Esto es una miseria!... solo son $ 4 por pibe… que
sean $50… y es suya… esa de la esquina!
Pronto, nos arrellanamos
en las banquetas semicirculares, nos miramos todos y no sabíamos qué hacer.
-No se preocupen, muchachos; aquí está el papi! –Hey,
maitre! ¡Que vengan cinco chicas!
-Primero hay que consumir… señores! ¿Señores?, bueno,
señores! …¿qué se sirven… mientrasss…?
-Una botella de Whisky…
-Señor… les aconsejo que sean… mejor… cinco copitas de
gin, cuba libre o vodka…
-Mejor, ¡que vengan las chicas y junto con ellas,
pedimos!
-Ok!
-Hola, nenes! ¿Qué hacés por aquí? Por supuesto que…
querés divertirte… ¿no?, pues habéis venido al sitio perfecto! Pero, para conocernos
mejor… ¿Qué les parece… un par de botellitas de whisky… ¿no es cierto?
-¡Claro, por supuesto!... ¡Sus deseos son órdenes…
siempre y cuando… empecemos por la primera!
-No se desesperen… ¡que nosotras tres, somos capaces
de acabar con ustedes! Ji, ji, ji.
Se colocaron
intercaladas y se nos acercaron, muy pero muy próximas; cruzaron las piernas y…
-¿Quieren ver la mercadería? ¡No se cohíban… chicos
peruanos… Toquen, toquen… más al fondo… a la derecha! Ja, ja, ji, ji, y… ¡dejen
de temblar… que no los vamos a comer!
-Claro que sí; ¡enteritos… pues, dado son
debutantes…creo!
No había pasado
ni media hora cuando reparamos que la bebida se había terminado. Ellas, muy
atentas llamaron: -¡Facu, Facundito… trae
otra más! ¡Que… aquí los señores tienen mucha sed!… y mucha guita…
-Pero, ¡primero… la cuenta!
-¡No hay problema! ¿Cuánto es el daño?
-¡Quinientos cincuenta dólares americanos… fuera de
las propinas para las pebetas!
Sacamos hasta lo
último que traíamos en nuestras billeteras y solo reunimos trescientos quince
malditos dólares. ¿Qué hacer? Allí quedaron nuestros cinco relojes más dos de
nuestras chamarras de cuero recién estrenadas. Hacía un viento de la PM.
Callados tratando de esconder las manos en los vacíos bolsillos caminábamos sin
rumbo por la larga calzada desdibujada por la húmeda y vaporosa madrugada.
Avanzábamos lentamente cabizbajos y encerrados en un desconocido mutismo
rogando que alguien se apiade de nosotros y nos pegue una “jaladita” hasta el
lejano hotel, donde dos amargados tutores ya estaban a punto de llamar a la
policía, porque ya era más de las cinco de la madrugada y recién comprobaron la
verdad de aquellas insinuaciones que se hacían hasta en esa última mañana de
nuestro viaje.
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