miércoles, 16 de marzo de 2016

LA PANZA DE LOS SIETE PELOS

Habíamos esperado todo el santo día que llegase las 20.30 horas, puesto que era el tiempo fijado para asistir al espectacular acontecimiento propio de las mil y una noches y que, tal como lo había promocionado el guía, se constituía en el más grande espectáculo a nivel mundial y que solo determinadas personas –como nosotros- teníamos la oportunidad única de poder apreciar en toda su magnitud aquel desfile de danzas propias del medio oriente en un programa que necesariamente incluía la Danza de los Siete Velos como plato de fondo.

Asimismo las características extraordinarias propias del recinto, comentaba, tan solo eran comparables a las del Tropicana o las del Folies Bergére; de tal modo que la expectativa iba creciendo conforme avanzaban las horas.

Después de largos minutos en el coche nos detuvimos frente a una extraña y oscura fachada donde solo destacaban multicolores luces de neón que guiñaban un nombre por demás familiar: Moulin Rouge y efectivamente a su lado parpadeaba incesantemente el perfil de un molino de color rojo fulgurante. Dos gigantescos porteros se perdían ataviados en sendos uniformes y solo se los pudo destacar por su saludo: -Siñoras toristas, basen, basen a esta voistra casa!

El estrecho túnel de la entrada creaba mayor expectativa y solo cobraban vida las sombras  de lo que serían exóticas plantas laterales que marcaban el sendero a seguir hacia un ambiente circular de medidas amplias bombardeado por centenares de luces que desprendían infinidad de colores. El guía nos condujo hacia uno de los palcos junto al estrado o pista principal. Después de algún rato de observación pudimos darnos cuenta que nuestro ambiente, al igual que los demás, estaba labrado en roca viva.

Luego de arremolinarnos en nuestras frías butacas se dio inicio al espectáculo con la presencia de dos animadores que saludaron en diversos idiomas y también corroboraban que este era el mejor espectáculo del mundo. Primero hizo su aparición un joven bailarín, quien realmente nos deleitó con sus desplazamientos sobre sí mismo envuelto dentro de varios faldellines circulares, dando la impresión que era un grandioso trompo humano. Luego, siguieron varias canciones populares del lugar ejecutadas con instrumentos locales haciendo demostraciones individuales, acabando con la interpretación de algunos temas de corte internacional que fueron muy aplaudidos.

Por fin se hizo el anuncio de lo más esperado: una versión muy especial de la famosísima Danza de los Siete Velos. Se apagaron las luces para generar mayor expectativa y luego de un prolongado redoble de tamboriles una luz roja, seguida de otra verde, trajo a la figura principal. Pero toda nuestra atención se fijó en ella, pues algo especial ocultaban sus gráciles desplazamientos que se ondulaban al compás de aquellos ritmos arabescos legando, de rato en rato a alcanzar un contagioso ritmo frenético lo cual subía la expectativa y el calor de la noche; sin embargo algo no andaba bien, pues,  según transcurría la danza, se pudo descubrir, a través del juego de luces, que aquel cuerpo tan bien trabajado daba la impresión de pertenecer a una fina figura por demás estilizada que con mucho encanto  dejaba traslucir pasión, entrega y mucho profesionalismo, pues no solo su juego de caderas concitó la admiración de todos los espectadores, sino que en el mismo momento que dejaba caer los velos, su plástico vientre mostró cualidades de dominio escénico; mas al tratar de terminar su acto, la luz amarillenta que era de mayor magnitud permitió distinguir vestigios de alguna breve pilosidad. Nos miramos de reojo y nuestro pensamiento era el mismo: imposible que aquella hermosa danzante de medidas espectaculares no sea una hembra completa.

Los aplausos nos sacaron de nuestro común asombro y la bella moza tuvo que salir hasta por tres veces seguidas para agradecer al público asistente. Terminó aquel espectáculo y se prendieron todas las luces del recinto. Apareció el elenco completo sobre el entarimado saludando en círculo a todo el frenético público que no cesaba de batir palmas, pero la bella dama de los siete velos no aparecía por ningún lado. Como todo el mundo, tratábamos de ubicarla por entre todos los artistas de la noche pero… ¿se había hecho humo?

-Oye, y dónde está la mamacita de los velos?
-Creo que se le ha quebrado la cintura… o le pesa mucho el poderoso…!
-Debe tener otro compromiso pendiente. Pero qué rica que es! Me la como con velos y todo!
-Se le debe haber perdido algún velo… y lo está buscando!
Y ya nos íbamos a retirar del recinto cuando una de nuestras compañeras dijo:
-Chicos… a ver… observen cuidadosamente al fulano que está detrás del primer bailarín…
-No puede ser! Es imposible que sea “ella”. Nos metieron el dedo!
-Otra vez!
                                                                    





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