Ayer, en el Cairo, me
convencieron que los mejores restos arqueológicos de Egipto se hallaban en
Luxor y para visitar dichos restos podía tomar una opción placentera: abordar
un crucero vía el majestuoso Nilo.
Hoy, después de muchas correrías,
montado indistintamente, tanto en una van a punto de graduarse en bus pues
reventaba con 8 italianos, 12 teutonas y 2000 chinos adentro; para luego
montarme sobre un pellejo andante y pedante llamado camello; posteriormente
encaramado en una ´calesa´ jalada por tres jamelgos: dos radiografías de
Rocinante y su calcinado conductor, para finalmente caer en un viejo taxi que
por diez dólares americanos te daba
cinco vueltas en la misma manzana antes de aterrizar exactamente en el sitio de
partida. Por fin nos embarcamos en el Semiramis III. Un viejo lanchón de tres
pisos, equipado como crucero doméstico sobre el apacible Nilo.
Agobiado por otro sinfín de
acaecimientos: un idioma tan estirado y con palanca en reversa imposible de
descifrar salvo Champolión, más su calor desesperante (45° a la sombra debajo
de Nefertiti, debajo de su mausoleo, digo), y 20 000000 de cairotas revueltos
en el mismo arrancadero, pero, eso sí, dispuestos a sacarte mínimo 10 libras
egipcias; aumentando a 1000% aquel hambre inmisericorde que me devoraba las
entrañas. Todos al unísono se pusieron de pie y me tumbaron rendido entre los
brazos balanceantes de sedientas sábanas.
Todo iba de lo más bien por lo
menos en la inmensidad de la inconsciencia o el fugaz extravío de la propia
subconsciencia vagando entre la densa obscuridad reinante; cuando de pronto nos
vimos violentados abruptamente por unos chillidos estrepitosos que realmente
nos alarmó sacudiéndonos tres veces seguidas. Mensaje inequívoco que clamaba a
los cuatro vientos help, SOS, ¡Socorro… terremoto; digo, maremoto o debería
haber dicho fluviomoto! Lo cierto era que el barcucho se venía a pique según
mis nulas experiencias náuticas.
Me levanté ipso pucho solo con
piyama puesta al lomo marca “Kallatos” y lo primero que atiné fue tratar de
gritar a todo pulmón ¡Tierra! Pero el poco orgullo de macho desesperado
desapareció mi voz como por encanto durante las tres horas siguientes. No sin
antes buscar la salida del camarote a como dé lugar. Esto es, centímetro a
centímetro tocando con los veinte dedos ese teclado invisible de la
desesperación.
Por fin dejé de tantear las
paredes abatido por hallar el botón que hiciera la luz hasta en mi pensamiento;
qué mala iniciativa, pues de tanto tocar metí el índice hasta el codo entre dos
cables pelados que automáticamente hicieron click. Y clack este pata quedó
totalmente con las patas estiradas sobre la alfombra que en ese preciso
instante estaba empapada con los cinco litros de agua que había derramado
tratando de abrirme paso por entre los muebles del pequeño recinto.
Ahora veía, pero estrellas,
estrellitas y estrellotas que no alumbraban ni michi; por el contrario, estaba
perdido en la inmensidad de la nada. Traté de reincorporarme agarrándome de lo
más próximo. Choqué con algo que parecía un bastón o un asidero y al erguirme
mi cabeza recién comprobó que era una de las lámparas de pie y que tenía cuatro
sólidos brazos de bronce comprobación efectuada después de haber rebotado en
cada uno de ellos. Volví a quedar regado y mi 7mo. sentido me aconsejó: “Busca
el salvavidas, pero ipso pucho, estúpido!... para qué buscas la luz si el
crucero está haciendo agua por los cuatro costados y sus motores están más
muertos que Tutankamón?
Retomé la pesquisa con un
objetivo definido: seguir la búsqueda a tientas tratando de adivinar el objeto
por simple aproximación mental: este… es el velador; esta… la cama; ah… es el
puff; la cómoda con su espejo y…Eureka, por fin… el ropero! Estiré ambos brazos
pata tomar el supuesto salvavidas y otro sacudón me devolvió al charco de mi
naciente piscina personal. Otra vez traté de ponerme en pie buscando el
equilibrio que por un instante me mantuviese erguido, cuando una inmensa
avalancha líquida sacó de cuajo lo que debería ser la puerta y súbitamente me
arrastró entre sus garras y luego un fuerte golpe me privó totalmente de
aquella luz que angustiosamente permanecía alumbrando mi escasa razón.
En este momento hay un remolino multicolor parece
girar en torno mío. Descubro una serie de rostros femeninos cubiertos con velos
negros y creo que es mi velorio… pero nadie llora. Este estúpido no merece ni
una lágrima? No puede ser… si era bueno… para comer y beber. Sin embargo creo
escuchar un leve coro de voces extrañas que poco a poco se van acercando más y
más. Luego distingo dos figuras uniformadas y con luengos mostachos, los que
intercambian opiniones:
-Il bobre infiel siavinido di babeza al soilo!
-¡Que Alá lo tenga en su gloria!
-Bero… si dodavía si moive… estar vivou!
-Ojalá así seya, bara mayor gloria de Alá!
-Bero si solo tomar un litro dil vinu del dátil!
-Ser suficiente bara el bobre infiel. Amén!
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