miércoles, 9 de marzo de 2016

CALATO Y EN EL MISMO NILO


Ayer, en el Cairo, me convencieron que los mejores restos arqueológicos de Egipto se hallaban en Luxor y para visitar dichos restos podía tomar una opción placentera: abordar un crucero vía el majestuoso Nilo.

Hoy, después de muchas correrías, montado indistintamente, tanto en una van a punto de graduarse en bus pues reventaba con 8 italianos, 12 teutonas y 2000 chinos adentro; para luego montarme sobre un pellejo andante y pedante llamado camello; posteriormente encaramado en una ´calesa´ jalada por tres jamelgos: dos radiografías de Rocinante y su calcinado conductor, para finalmente caer en un viejo taxi que por diez dólares americanos  te daba cinco vueltas en la misma manzana antes de aterrizar exactamente en el sitio de partida. Por fin nos embarcamos en el Semiramis III. Un viejo lanchón de tres pisos, equipado como crucero doméstico sobre el apacible Nilo.

Agobiado por otro sinfín de acaecimientos: un idioma tan estirado y con palanca en reversa imposible de descifrar salvo Champolión, más su calor desesperante (45° a la sombra debajo de Nefertiti, debajo de su mausoleo, digo), y 20 000000 de cairotas revueltos en el mismo arrancadero, pero, eso sí, dispuestos a sacarte mínimo 10 libras egipcias; aumentando a 1000% aquel hambre inmisericorde que me devoraba las entrañas. Todos al unísono se pusieron de pie y me tumbaron rendido entre los brazos balanceantes de sedientas sábanas.

Todo iba de lo más bien por lo menos en la inmensidad de la inconsciencia o el fugaz extravío de la propia subconsciencia vagando entre la densa obscuridad reinante; cuando de pronto nos vimos violentados abruptamente por unos chillidos estrepitosos que realmente nos alarmó sacudiéndonos tres veces seguidas. Mensaje inequívoco que clamaba a los cuatro vientos help, SOS, ¡Socorro… terremoto; digo, maremoto o debería haber dicho fluviomoto! Lo cierto era que el barcucho se venía a pique según mis nulas experiencias náuticas.

Me levanté ipso pucho solo con piyama puesta al lomo marca “Kallatos” y lo primero que atiné fue tratar de gritar a todo pulmón ¡Tierra! Pero el poco orgullo de macho desesperado desapareció mi voz como por encanto durante las tres horas siguientes. No sin antes buscar la salida del camarote a como dé lugar. Esto es, centímetro a centímetro tocando con los veinte dedos ese teclado invisible de la desesperación.

Por fin dejé de tantear las paredes abatido por hallar el botón que hiciera la luz hasta en mi pensamiento; qué mala iniciativa, pues de tanto tocar metí el índice hasta el codo entre dos cables pelados que automáticamente hicieron click. Y clack este pata quedó totalmente con las patas estiradas sobre la alfombra que en ese preciso instante estaba empapada con los cinco litros de agua que había derramado tratando de abrirme paso por entre los muebles del pequeño recinto.

Ahora veía, pero estrellas, estrellitas y estrellotas que no alumbraban ni michi; por el contrario, estaba perdido en la inmensidad de la nada. Traté de reincorporarme agarrándome de lo más próximo. Choqué con algo que parecía un bastón o un asidero y al erguirme mi cabeza recién comprobó que era una de las lámparas de pie y que tenía cuatro sólidos brazos de bronce comprobación efectuada después de haber rebotado en cada uno de ellos. Volví a quedar regado y mi 7mo. sentido me aconsejó: “Busca el salvavidas, pero ipso pucho, estúpido!... para qué buscas la luz si el crucero está haciendo agua por los cuatro costados y sus motores están más muertos que Tutankamón?

Retomé la pesquisa con un objetivo definido: seguir la búsqueda a tientas tratando de adivinar el objeto por simple aproximación mental: este… es el velador; esta… la cama; ah… es el puff; la cómoda con su espejo y…Eureka, por fin… el ropero! Estiré ambos brazos pata tomar el supuesto salvavidas y otro sacudón me devolvió al charco de mi naciente piscina personal. Otra vez traté de ponerme en pie buscando el equilibrio que por un instante me mantuviese erguido, cuando una inmensa avalancha líquida sacó de cuajo lo que debería ser la puerta y súbitamente me arrastró entre sus garras y luego un fuerte golpe me privó totalmente de aquella luz que angustiosamente permanecía alumbrando mi escasa razón.

En este momento hay un remolino multicolor parece girar en torno mío. Descubro una serie de rostros femeninos cubiertos con velos negros y creo que es mi velorio… pero nadie llora. Este estúpido no merece ni una lágrima? No puede ser… si era bueno… para comer y beber. Sin embargo creo escuchar un leve coro de voces extrañas que poco a poco se van acercando más y más. Luego distingo dos figuras uniformadas y con luengos mostachos, los que intercambian opiniones:
-Il bobre infiel siavinido di babeza al soilo!
-¡Que Alá lo tenga en su gloria!
-Bero… si dodavía si moive… estar vivou!
-Ojalá así seya, bara mayor gloria de Alá!
-Bero si solo tomar un litro dil vinu del dátil!
-Ser suficiente bara el bobre infiel. Amén!
                                                                                   


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