Corrían las horas tras los
minutos y los segundos parecían volar tratando
de ser los primeros en abandonar las postrimerías del año viejo. Todavía quedaban
algunas líneas por completar el relato en mi vieja
Compac Presario C700, sin embargo esta seguía fiel al castigo –built to last-
acompañándome con una estoica resignación impertérrita y silenciosa durante
aquellos minutos cercanos a la media noche del último día del 2015.
Había modificado el párrafo final
unas veinte veces y todavía no hallaba conformidad al tratar de rematar
magistralmente aquella travesía verosímil cuyas ágiles aventuras se deslizaron
sin tropiezo alguno, pues resultaban una invitación incontenible por descubrir
aquel supuesto y grato final al cual apuntaba toda su trama. Los sonidos
melancólicos de algunos villancicos aún despertaban lejanos ecos navideños a
través del pequeño reproductor. La puerta del escritorio estaba ligeramente
entreabierta cuando una figura apareció
fugazmente y desapareció al instante. Volteé la cabeza tras el inusitado hecho
y cesé de seguir tecleando.
Aquella inesperada visión me
turbó inmediatamente. Bajé los brazos y me quedé inmóvil por un momento con el
torso clavado en la butaca y un leve escalofrío trepó a gatas por mi espalda.
Quise pensar pero un sudor frío me sacó de aquellas vagas lucubraciones. Me
levanté violentamente y una feroz indecisión impidió cerrar la entrada que
estaba a medio camino. Tomé aire, fingí respirar tranquilidad y hasta traté de
esbozar una sonrisa… y otra vez aquella fantasmagórica sombra cruzó en sentido
inverso por debajo del dintel.
No pude aguantar ni por un segundo.
Abrí las dos hojas de la puerta y me puse a tararear cualquier cosa sumido en
un extraño nerviosismo. Cuando de pronto se me crisparon los nervios al ver
ingresar muy campante un negro e inmenso gato que más semejaba una peligrosa
pantera que se me venía directamente en son de ataque. Disparé de mi asiento y
el negrísimo gato hizo lo mismo; solo que el bendito felino en lugar de retroceder,
atacó y todo él se encogió emitiendo un agudo maullido escalofriante que me
congeló hasta los huesos y fui yo quien retrocedió tropezando con la silla para
luego caer como un costal de latas haciendo un ruido de los mil demonios lo que
enardeció al minino de porquería que seguía en actitud desafiante. Bufó
iracundo repetidas veces abriendo aquel hocico descomunal que blandía unos
dientes de sable que terminaron por espantarme aún más. Quise incorporarme de
inmediato apoyado en una esquina del escritorio, pero tropecé torpemente con la
lámpara y desparramé los libros, diccionarios y revistas de consulta, mas al
tratar de asirme con la otra mano,
arrojé todos los adminículos que sumaban como cien en ese momento y
aquel gato montés no aguantó más y, chillando un alarido de ultratumba, me
saltó al pecho engrapándome sus veinte garras de puro acero insoportable que
traspasaron hasta el esternón. Lo atenacé con todas mis fuerzas para retirarlo…
y fue el acabose: él había decidido todo lo contrario mordiéndome del cuello en
un último intento de salvar su vida, pasando al mismo tiempo sus veinte navajas
hacia la parte menos protegida y tomó por asalto mi pelada. Pegué otro alarido
más fuerte y el puma en su desesperación quiso mostrarme quien era quien y se
echó Soldimix hasta en la cola, no permitiendo su desprendimiento sino a costa
de arrancar todo mi cuero capilar y eso ya no podía permitirlo, pues solo
disponía de cuatro solitarios vestigios de cabello. Únicamente quedaba una
solución: lanzarme de cabeza y con el golpe aquellos 20 anzuelos soldados con
autógena en mi cráneo podrían desprenderse ipso pucho. Me lancé de cabeza
contra el suelo y solo sentí que me partía la crisma en dos!
Hoy, trato de whatsapear desde la
Clínica San Juan de Dios donde tuve la suerte de ser acogido, pero el
pronóstico médico es muy reservado y de carácter fatal porque se han perdido 17
de las 20 lonjas de cuero capilar; mas, gracias a Dios, es muy
posible que por ser devoto de San Antoñito, Patrono de los imposibles haga un
milagrote y la junta médica (19 neurocirujanos, 31 enfermeras y 99 beatas)
pueda juntar mis dos hemisferios gracias a mi indomable Cuerpo Calloso que no
cree en la mala suerte y mañana, 1° de enero del 2016, pueda seguir jorobando
la paciencia a todos mis sufridos amigos.
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