Me había quedado dormido y salía
volando cual marido suplente cogido in fraganti en pos de una movilidad que pudiera
transportarme ipso pucho al trabajo por cuanto solo me restaba 30 escasos
minutos, según me apuntaba el reloj de la esquina, pequeña atalaya repleta de
fulanos que se desesperaban por su movilidad. Angustiado al límite por coger
cualquier carro estiraba la mano una y
otra vez inútilmente, ya que las diminutas vans caían como gotas de agua en
pueblo joven; sobre paraban un brevísimo instante y arrojaban inmensas
bocanadas apretujadas de
masas multicolores que empujaban el tiempo vencido. Sus irritados gestos escupían
franca molestia y desesperación trasuntando gratuitos enojos, miradas recelosas
y soterradas maldiciones. Todo esto creaba una ahogante atmósfera mezcla de
sudores con octanaje sideral disimulados en una variedad de Cocó Chanel de
cinco centavos el cilindro; además, los diversos alientos te cacheteaban hasta
la médula. Seguías nadando en seco y sin pisar el piso y solo te resoplaban
hálitos agitados y miles de sopores que te ahogaban conforme trepabas al “vacío”
del fondo…
Por fin se acerca una van que
pasa junto a mi centro de trabajo. Frenó en seco y veinte moles de jamón bajan
atropellándose unos por encima de otros
oteando desesperadamente el escape y así emprender la huida. Quedaba solo una
pequeña rendija entre un atiborrado espacio repleto de cuerpos doblados en
cuatro, por la cual solo se podía adivinar multitud de traseros tocando con sus
nalgas el techo de aquella minúscula combi. Traté de dar un salto para subir al
vehículo, pero un golpe repentino me detuvo a medio camino y toda mi frente
latía a mil por hora envuelta en un agudo dolor que partía desde el coxis que
andaba todavía por el esquina flotando entre los aires junto con la “cobradora”,
una inmensa bola de grasa quien me metió un empujón desde los bajos fondos,
gritando con voz de soprano: -Ya pué, sube hijito, que no tengo la mañana
entera para atenderte!... Pasa, pasa por el lado izquierdo, que el carro está
vacío!
Pegué una mirada de reojo y aun
quedaban como 20 pasajeros ávidos de llegar a como dé lugar. Quise acomodarme
pero, con el golpe, se me escaparon los anteojos que fueron a cubrir justo
aquel espacio del escote de aquella morenaza doble ancho… allí donde podía
caber dos litros de leche… en cada porongo. Traté de estirar la mano para
cogerlos apresuradamente porque ya no miraba ni michi, pero otro sacudón detuvo
violentamente el carro y mi mano fue a dar sobre las rodillas de una joven
rubia al pomo, quien me increpó: -¿Qué te pasa, viejo indecente? ¿Cómo te
atreves a tocarme… te voy a denunciar por acoso! No tuve tiempo de dar
explicaciones. La otra morena gentil, metió todo su brazo entre sus dos bidones
gigantescos y me alcanzó los lentes. Otro sacudón en la siguiente esquina y quedé
sentado sobre el regazo de un simpático joven que me acomodó con una sonrisa
maliciosa susurrándome al oído: -no te preocupes, papi, que estoy de lo más
cómodo… aunque preferiría cambiar de sitios… y estar entre tus piernas. Salté
de la incómoda situación y me repuse del encontrón y nuevamente pugné por
enderezar mi cuerpo que ya estaba doblado cual una zeta acalambrada que me
mantuvo rígido en cuclillas, cual una momia inca. Al instante, una empleada que
me había estado observando por entre la inmensa bolsa de verduras que cargaba
cual criatura entre sus brazos reclamó a viva voz: -Chofer, para, para,
papitoy… Que aquí hay un borracho que quiere hacer sus necesidades dentro de la
combi. Para, para… que ya lo veo venirse! Iba a tratar de explicar que era un
instantáneo ataque de ciática y otro frenazo me empotró en el trasero de una
vieja gorda, quién exclamó, llevándose sus manos al pecho: -Jesús, Jesús…
ayúdame que me quieren violar a la vista de todo el mundo y eso no lo voy a
permitir… qué falta de confianza, digo, que falta de consideración! Y qué
atrevimiento de este… señor… Ah, pero no se preocupe!... No me había dado cuenta
que era usted, doctor Carnales!
Mas otra voz chillona me sacó de
este suplicio choliforniente que ya me había pintado de un rojo intenso que
tiraba a morado y no hallaba dónde meter la cara…la cabeza… y todo el puerco o
cuerpo… pues nuevamente sentí que esos
gritos desaforados me repicaban hasta lo más profundo de mis bolas, chillando a
voz en cuello:
-Esquina… bajan, esquina! Hey,
tú, el que has venido bailando todo el viaje. Párate bien! ¿Dónde te bajas?
-En la esquina de la Avenida La Paz…
-Hace media hora que pasamos ese lugar…
papi… así que solo te queda regresar en esta misma combi… pero no te preocupes
que en 90 minutos te dejo en el sitio y solo te voy a cobrar medio pasaje…
porque nos has distraído un huevo durante todo el trayecto!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario