Nunca una obra ajena –como en
este caso- ha sido capaz de inmortalizar a un fabulador de talla universal como
es considerado graciosamente el gran
dramaturgo Esquilo, a quien se le atribuye 79 tragedias más una trilogía
denominada Prometeica y de la cual tomaremos la más representativa: PROMETEO
ENCADENADO.
Gracias a Prometeo, todavía
siguen maldiciendo labradores, profesores, filósofos; amén de otros animales
que estaban en el paraíso terrenal de lo más bien gozando su mayúscula
ignorancia, cuando por orden celestial llegaron dos hermanos para efectuar
cambios porque los saberes mundanos se revolcaban en una “cochina inmundicia”.
Para efectuar semejante limpieza fueron encargados: el juicioso de Prometeo y su
hermano Epimeteo, el irreflexivo.
Cuenta esta tragedia que los
dioses del Olimpo encargaron a los brothers repartir cualidades, atributos o
condiciones ventajosas que singularicen a cada especie animal: así, p.e.
Prometeo, hizo que los insectos incesantemente reiterativos y espesos como las
moscas y moscardones, las indecorosas
pulgas amantes de meterse en sitios impúdicos o aquellos diminutos zancudos
nocturnos cargados con motor a chorro y que todos ellos se pasaban noches enteras
creando montañas de insomnios, sean castigados volviéndolos chupadores,
vividores y con camuflaje incorporado; para ello, tomó como modelo a los bichos
del Aerópago (ver diccionario) y que hoy
todavía pululan en los parlamentos. A
las aves, no solamente les enchufó alas para poder volar, sino que
además les incorporó una sordina y así podían piar, cantar o graznar para
mostrar júbilo, arrebato o intimidades propias de su ardiente celo. A los
reptiles, con perdón de las serpientes,
cuya lengua sibilina, que desde siempre envenenaba con descarada bajeza, los
hizo arrastrados cuan largos e incapaces eran de mostrar seña alguna de grata
complacencia. En cambio, Epimeteo, fue más práctico: llamó a todos los
mamíferos y les confirió placeres por los cuatro costados aunados con algunas
formas de goce placentero; pero se guardó algunos excesos de bondad para sus
más fieles paradigmas hedonistas: la gracia inmensurable del burro, el regalo
bicolor del caballo o la otra trompa del elefante que fueron los más aventajados
en cuanto a presentes se refiere.
Mas apenas pasaron tres noches y
empezaron los reclamos: la mona no estaba contenta con el color ni el tamaño
del instrumento otorgado a su mono; quería hacer un cambio con el elefante; en
cambio, la jirafa se quejaba por la postura tan incómoda que sufría durante el
acto lo que no le permitía andar naturalmente durante un largo mes y, lo peor,
que las hienas se burlaban con interminables ataques de risa que contagiaban a
todo el reino; la pata y la chancha miraban un tirabuzón y se les hacía agüita
la… boca; la cigarra macho solicitaba un protector de amianto para su
herramienta; hasta la gata pedía a gritos que el serrucho que le había tocado
no tenga los dientes en dirección contraria, pues la retirada de su consorte la
hacía vibrar como un viejo y destartalado violín.
Apenas Zeus se enteró de los
cientos de reclamos efectuados y los miles que faltaban escuchar, dispuso
celebrar una asamblea urgente para eliminar la competencia, cuya orden del día
rezaba: tratar el grave caso de aquel mono lampiño que hablaba; además, era el
más promiscuo por ser copia fiel hecha a
imagen y semejanza del mismo dios... mas lo cierto de la orden era:
eliminar al atrevido de Prometeo, pues
había otorgado al ser humano los peores excesos: caminar erguido, cambiar
de dieta: dejar de comer plátanos a cambio de tener predilección por la leche
que tenía a la mano y en doble ración; además le enseñó a dominar el fuego;
pero lo que más les dolió fue que les enseñara a pensar puesto que se creía tan
solo era una facultad propia y única de los dioses. Para colmo, Prometeo para
ofrecer un sacrificio al dios de dioses, mató un buey y lo llenó con piedras
simulando brindarle una pieza única por su gordura y presentación. A Zeus solo
le quedó chupar los huesos y simular degustar buenos bocados para no verse
burlado ante su corte celestial. Finalmente, este dios menor se negó a
revelarle cuál sería el hijo que superaría al Padre del Olimpo, razones más que
suficientes para castigarlo a través del tío Hefestos a quien Perseo lo tenía
de lorna, pues a él le robó el fuego sagrado y se lo dio a la especie humana en
el supuesto que aprendería a razonar, pero sigue tan bestia como siempre.
El dios del averno lo encadenó a
una roca frente al Cáucaso y junto al mar por toda la eternidad y cada día
descendía un águila del Olimpo que le devoraba el hígado, propiciando sus
ingentes clamores que hallaron eco en el amor de su madre quien se permitía
reparar el daño efectuado con el despertar de cada aurora; hasta que un día sus
lamentaciones también fueron escuchadas por Heracles o Hércules quien de un
flechazo mató al buitre y el joven titán pudo liberarse para seguir
complicándole la vida a Zeus y a todos los demás mortales, creando el firme convencimiento en esta animal especie
que existe un mesianismo pendiente que proclama: hagan cola, que ya les va a
llegar graciosamente el conocimiento. Y desde el Olimpo, este Titán, se sigue
riendo por la estupidez frustrante de nuestras propias mentiras a causa del
espesor no calculado de nuestra corteza –debe estar cerca a la pulgada-, con el
agravante de una creciente desaparición de neuronas por falta de uso!
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