Mis indignos vástagos:
Aunque no os hubiera querido dirigirles palabra alguna
a ninguno de vosotros (hijos de la guayaba), debido a esa mataperrada que me
hicieron, junto con tu hermano Epimeteo (regalar mis preciados atributos a los
otros animales de la tierra). Según me enteré: la supermemoria, destinada para
el extraviado de tu tío Hefestos, quien no encuentra, hasta la fecha, sus pedernales
para encender sus avernos, llora al tropezar continuamente con cada pedrón incandescente
y pronto va a tener hasta los cuernos rostizados, se la regaló a los elefantes
y hoy estos animalotes matan a sus hembras por no reconocerlos públicamente como
únicos amos y señores de la manada conyugal. De otro lado, la volátil astucia,
encargada por el taimado de tu abuelo Cronos, se la quiso otorgar graciosamente
a las tortugas que parecían morirse de risa hasta el pataleo cuando les daban
vuelta; pero gracias a que tu abuela me
pasó el tufo, pude guardarla para los iguanodontes que están a punto de
desaparecer porque se entregan solitos al primer llamado del Tiranosaurio Rex .
Igualmente, el deseo insaciable de comer carne, pedido por tu vieja a pesar de
cambiar, por tercera vez, esas prótesis tomadas de los orangutanes, las hizo
polvo en tres noches; ya que no entendía todavía la diferencia entre chupar y masticar;
se la entregó, de a gratis, a las hienas,
tan solo porque él creyó haberles caído bien; ya que lo miraban y se morían de
risa.
Mas me dirijo a
vos, Prometeo: -Para poderos resarcir de
este desbalance celestial, solo os queda coger vuestro escudo y espada
para dirigiros hacia abajo, la morada de los otros animales, que son un poquito
más inteligentes; sin embargo, siguen de cuatro patas, no piensan para nada,
solo gruñen y las manos solo les sirve para caminar. Hay que hacer un cambio
inmediato y tú eres el elegido si es que logras impresionarme con algo
diferente a lo hecho por tu hermano.
Indudablemente que
este joven dios era de otra época porque era muy pilas. Presentó dos carcasas
de buey, tan bien cebados que parecían chanchos; en uno colocó en su interior
huesos y pellejos y, en el otro, lo rellenó con vísceras y lo completó con grasa animal. Luego, lo invitó a escoger cuál
era el que correspondía a los dioses y cuál, a los desdichados mortales. Zeus
escogió el de la grasa porque supuestamente allí estaba la mejor carne.
El dios,
olímpicamente burlado, se puso rojo de ira y disimulando su gran enojo, dijo a
Prometeo: -Bien sabes que allá, en la tierra, esos seres desvalidos aún no
tienen fuego ni conocen su luz, motivos por los cuales se siguen multiplicando
como chinos y voy a tener que mandarles un diluvio para limpiar tanta mermelada;
además, ojalá que logres meterles un
poco de entendimiento entre los sesos; asimismo, que puedan comunicarse aunque
sea en griego y, por favor, reduce el espesor de su cráneo que hoy en día pesa
como una arroba y las ideas no pueden salir.; es decir, siguen tan animales
como siempre!
-Bien, padre, así será y así lo haré! Pero este mancebo
se fue riendo maliciosamente, pues ya se frotaba las manos porque conocía a la
perfección el relajo terrenal que por estos lares se vivía desde siempre. Bajó
a este valle de las trampas, las amiguitas y las damas de compañía… perdiéndose for three weekends! Durante
esas tres semanas vividas a full time en el más famoso pub del momento: El
Olimpo, se enamoró de sus tres máximos modelos: Safo, Dalila y JLo (simples
coincidencias onomásticas). Solo cuando reparó en el nombre de la discoteca de ambiente,
se acordó de su misión. Fingió necesitar de una visita protocolar a su tío
Hefestos o Vulcano. Se tiró el fuego sagrado y lo metió en su bolsa de dormir. A
su regreso, quiso impresionar a sus recientes amigos y les enseño a
comunicarse, caminar erguidos, limpiarse los oídos para poder oxigenar aquellos
vestigios de neuronas y así poder aprender, pero hasta la fecha las cosas no
han cambiado: pues este chisme milenario se ha convertido en un mito grandioso
e imperecedero: el dios del olimpo engañado, castiga a su propio hijo a ser
encadenado en una roca por toda la eternidad y cada día vendrá un águila para
devorarle las entrañas, pero a pesar de la crueldad manifiesta y del castigo
perpetuo, Prometeo y su fuego sagrado del conocimiento seguirá persistiendo en
su afán por cambiar al género humano; sin embargo, a estas alturas debe estar
convencido que se pelean hasta el fin de los siglos por seguir siendo los
mismos animales de siempre!
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