Desesperada y a punto de
reventar, tiró el celu contra el suelo rompiéndolo en mil pedazos, tal como
hubiese querido hacer con el desgraciado de su dueño; pues los mensajes
descubiertos solo le dejaban opción de coger un cuchillo de cocina y proceder a
la extirpación de las partes más nobles de su marido (sus orejas), pues siempre
le prestaba una atención propia de un mastín a punto de ser castigado. Desde algunas
semanas atrás, este maldito perro infiel (su marido), se estaba comportando de
una manera muy extraña, provocando un sinfín de sospechas, hasta que aquella
noche, extrañamente le había jurado que iba a regresar un poco más tarde que de
costumbre, porque había mucho trabajo por hacer en la oficina y tenía que ponerlo
al día; mas, lo cierto era que, en esa misma madrugada, el perro infiel, apenas
pudo subir las escaleras en cuatro patas. Había perdido la camisa y la corbata;
sin embargo, mostraba una fatigada actitud al punto que le era dificultoso
poder hablar y, apenas estuvo frente al lecho conyugal se tiró de bruces y dejó
mostrar algunos rastros de un extraño labial en el cuello. Ya iba a ir a la
cocina para traer la espada de la justicia, (un cuchillo de 50cm), cuando miró
al estropajo tendido boca abajo y sintió lástima. Pero más pudo su ira
incontenible y empezó a maquinar una venganza de aquellas, capaz de superar las
mortales represiones de su santa madre: lo primero que haré será llamar a los
chicos para que vean el estado calamitoso de su santo padre… Pero nooo; ellos
no deben enterarse. Mejor llamo a la vieja de su madre para que vea la clase de
engendro que me ha heredado… Tampoco, segurito que me va a echar toda la culpa,
santificando todas las acciones de este malandro... Ya sé, llamaré a mi hermano
menor, el fisicoculturista… para que lo cuadre en un dos por tres y le saque su
michi, ya que además de tomarme a la fuerza, me levantó la mano, la falda y el
sostén… y como yo no quería…me ha pegado como un loco desalmado y producto de
ello me ha dejado así. Y empezó a arañarse los brazos y los hombros, se golpeó
la cabeza y la cara contra la pared; tomó un marco metálico y lo agitó
violentamente contra sus piernas; finalmente, tomó unos mechones de cabello y
los guardó cuidadosamente en el cajón de la mesita de noche. Cogió el auricular
de telefonía fija y llamó:
-¡Aló, aló… Hércules, hermanito y
empezó a gemir desesperadamente y volvió a repetir, hermanito…¿eres tú? ¡Tienes
que venir a mi casa! ¡Urgente, por favor… no resisto más! Ay, ay…
-¡Alo, ¿Virginia? ¡Vickyta, dime,
¿qué te está sucediendo?! ¿quién te está atacando? ¡Ya voy!
-¡Ay, ay, ayyy! Y gritó más
fuerte y con más desesperación. ¡Hermanito, -dijo- ¡Es el animal del Pascual,
tu cuñado! Aunque no lo creas, este animal ha llegado muy drogado y casi…
calato; lleno de manchas de rouge… no le dije nada… y de pronto… me atacó…
estoy llena de sangre y a punto de desmayarme; ¡no le digas nada a nuestra
mamá!... Ya sabes lo desgraciada que es… mejor vienes solito… ¡Ven, hermanito,
te necesito… porque este desgraciado creo que ya está volviendo en sí y ya me
está viendo con sus ojos sanguinolentos…
En un instante el hermanón se hallaba
subiendo los escalones a grandes trancos. Tocó la puerta del dormitorio y
gritó: ¡Vicky… Virginia! ¡Abre o traigo la puerta abajo! Hubo un largo silencio
y un violento golpe hizo volar la manija. Ingresó en un santiamén y se detuvo
junto a la pareja que parecían descansar plácidamente encima de la cama. Se
acercó al cuerpo de su hermana y trató de despertarla. Volvió a moverla con más
fuerza llamándola repetidamente por su nombre, pero, al parecer, había perdido
el sentido y no reaccionaba. Intentó moverla nuevamente y no obtuvo respuesta
alguna. En cambio, el cuerpo que estaba su costado recobró la lucidez y quiso
incorporarse angustiosamente. Abrió pesadamente los ojos y a poco de reconocer
la figura del cuñado le dijo:
-¡Hola, Hércules, ¿a qué se debe?
¿qué te trae por aquí?
-¡Oye, maldito! ¿por qué le has
pegado a mi hermana?
-¿Qué le he… cómo dices? ¿cuándo?
¿dónde? ¿Acaso no la ves? Además, está enterita… sana y buena… ¡Ya lo ves! Creo
que estás volando, compadrito…
-Pero… si acaba de llamarme
desesperada y gritando a más no poder… ¡No entiendo!
-¡Aquí no ha pasado nada! Más
bien, ¡quédate, y nos tomamos un par de helenas!
-¡No! Tú mujer me ha tomado el
pelo. ¡Me voy! Disculpa, cuña…
Y una camisa junto con una
corbata llenas de manchas de carmín y mucho labial asomaban envueltas en un amasijo
escondido, por debajo de la cama.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario