lunes, 20 de agosto de 2018

IMPOTENCIA



Desesperada y a punto de reventar, tiró el celu contra el suelo rompiéndolo en mil pedazos, tal como hubiese querido hacer con el desgraciado de su dueño; pues los mensajes descubiertos solo le dejaban opción de coger un cuchillo de cocina y proceder a la extirpación de las partes más nobles de su marido (sus orejas), pues siempre le prestaba una atención propia de un mastín a punto de ser castigado. Desde algunas semanas atrás, este maldito perro infiel (su marido), se estaba comportando de una manera muy extraña, provocando un sinfín de sospechas, hasta que aquella noche, extrañamente le había jurado que iba a regresar un poco más tarde que de costumbre, porque había mucho trabajo por hacer en la oficina y tenía que ponerlo al día; mas, lo cierto era que, en esa misma madrugada, el perro infiel, apenas pudo subir las escaleras en cuatro patas. Había perdido la camisa y la corbata; sin embargo, mostraba una fatigada actitud al punto que le era dificultoso poder hablar y, apenas estuvo frente al lecho conyugal se tiró de bruces y dejó mostrar algunos rastros de un extraño labial en el cuello. Ya iba a ir a la cocina para traer la espada de la justicia, (un cuchillo de 50cm), cuando miró al estropajo tendido boca abajo y sintió lástima. Pero más pudo su ira incontenible y empezó a maquinar una venganza de aquellas, capaz de superar las mortales represiones de su santa madre: lo primero que haré será llamar a los chicos para que vean el estado calamitoso de su santo padre… Pero nooo; ellos no deben enterarse. Mejor llamo a la vieja de su madre para que vea la clase de engendro que me ha heredado… Tampoco, segurito que me va a echar toda la culpa, santificando todas las acciones de este malandro... Ya sé, llamaré a mi hermano menor, el fisicoculturista… para que lo cuadre en un dos por tres y le saque su michi, ya que además de tomarme a la fuerza, me levantó la mano, la falda y el sostén… y como yo no quería…me ha pegado como un loco desalmado y producto de ello me ha dejado así. Y empezó a arañarse los brazos y los hombros, se golpeó la cabeza y la cara contra la pared; tomó un marco metálico y lo agitó violentamente contra sus piernas; finalmente, tomó unos mechones de cabello y los guardó cuidadosamente en el cajón de la mesita de noche. Cogió el auricular de telefonía fija y llamó:
-¡Aló, aló… Hércules, hermanito y empezó a gemir desesperadamente y volvió a repetir, hermanito…¿eres tú? ¡Tienes que venir a mi casa! ¡Urgente, por favor… no resisto más! Ay, ay…
-¡Alo, ¿Virginia? ¡Vickyta, dime, ¿qué te está sucediendo?! ¿quién te está atacando? ¡Ya voy!
-¡Ay, ay, ayyy! Y gritó más fuerte y con más desesperación. ¡Hermanito, -dijo- ¡Es el animal del Pascual, tu cuñado! Aunque no lo creas, este animal ha llegado muy drogado y casi… calato; lleno de manchas de rouge… no le dije nada… y de pronto… me atacó… estoy llena de sangre y a punto de desmayarme; ¡no le digas nada a nuestra mamá!... Ya sabes lo desgraciada que es… mejor vienes solito… ¡Ven, hermanito, te necesito… porque este desgraciado creo que ya está volviendo en sí y ya me está viendo con sus ojos sanguinolentos…
En un instante el hermanón se hallaba subiendo los escalones a grandes trancos. Tocó la puerta del dormitorio y gritó: ¡Vicky… Virginia! ¡Abre o traigo la puerta abajo! Hubo un largo silencio y un violento golpe hizo volar la manija. Ingresó en un santiamén y se detuvo junto a la pareja que parecían descansar plácidamente encima de la cama. Se acercó al cuerpo de su hermana y trató de despertarla. Volvió a moverla con más fuerza llamándola repetidamente por su nombre, pero, al parecer, había perdido el sentido y no reaccionaba. Intentó moverla nuevamente y no obtuvo respuesta alguna. En cambio, el cuerpo que estaba su costado recobró la lucidez y quiso incorporarse angustiosamente. Abrió pesadamente los ojos y a poco de reconocer la figura del cuñado le dijo: 
-¡Hola, Hércules, ¿a qué se debe? ¿qué te trae por aquí?
-¡Oye, maldito! ¿por qué le has pegado a mi hermana?


-¿Qué le he… cómo dices? ¿cuándo? ¿dónde? ¿Acaso no la ves? Además, está enterita… sana y buena… ¡Ya lo ves! Creo que estás volando, compadrito…
-Pero… si acaba de llamarme desesperada y gritando a más no poder… ¡No entiendo!
-¡Aquí no ha pasado nada! Más bien, ¡quédate, y nos tomamos un par de helenas!
-¡No! Tú mujer me ha tomado el pelo. ¡Me voy! Disculpa, cuña…
Y una camisa junto con una corbata llenas de manchas de carmín y mucho labial asomaban envueltas en un amasijo escondido, por debajo de la cama.

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