Hoy he amanecido con unas ganas irresistibles de arquear el “lomo”
para poder bostezar a mi gusto cual hambriento tigre, antes de pegar un salto
para bajarme de mi lecho. Pero, instantes antes, -recuerdo vagamente-, abrí un
ojo, justo cuando me hallaba acurrucado en postura fetal tratando de recoger a
mi lado, una imaginaria cola. Me levanté perezosamente y no tenía ni la menor
intención de recibir una gota de agua sobre la piel y tan solo me di una
“manita de gato”. Otra cosa curiosa: en el desayuno, de pronto, me lancé sobre
la taza de leche y quise sorberla enteramente tan solo con la lengua. Hice un
gran esfuerzo para coger el recipiente por el asa y llevármelo a la boca junto
con un trozo de pan; sin embargo, mi mente estaba enfocada únicamente en
devorar carne. Sí, acabar un buen trozo de carne y, si fuera cruda, mucho
mejor.
Me quedé pensando sobre este reciente hecho que todavía bullía en mi
mente e inicialmente bosquejé una leve sonrisa tomando lo acontecido como una
simple extravagancia comestible. Empero, haciendo un poco de memoria, recién
reparaba en una serie de hechos -aparentemente esporádicos e inusuales- pero,
seguramente se trataba de meros caprichos pasajeros; luego, todo el santo día
quería arrellanarme hecho un ovillo sobre las delicias del sofá; ronronear tranquilamente
de cuando en cuando, para después despertar,
de sopetón parando las orejas, tras aquellos conocidos ruidos que venían desde
el viejo desván y luego, me ponía a mirar la ventana, presto a saltar por ella
ante ese llamado ancestral nunca antes vivido con tan increíble intensidad en
pos de una posible comida. Pero lo más extraño venía por las noches, algo
inexplicable se apoderaba de mí y me hacía caminar al filo de las cornisas
vecinas con una seguridad pasmosa y a la menor seña de peligro (gritos,
ladridos y piedras) mis ahogados maullidos se perdían en la garganta y recién
adquiría un poco de temor, volviendo, callado, a mi cama.
-¿Quién anda por ahí a la una y treinta de la madrugada?
-Yo, vecino, perdón quiero decir miauuuuuuu…
Mas, lo colosal y realmente preocupante vino después. Fue en una determinada
época del año pasado. Sí, exactamente, corría el mes de octubre y unos llamados
lastimeros, casi sobrenaturales, me cogieron en forma visceral: sin lugar a dudas
era el llanto de una necesitada criatura, como pude comprobarlo al sacar la
cabeza por la ventana del dormitorio: una hermosa minina se había colocado al
pie, mezclando su suave ronroneo con movimientos onduladamente lascivos que la
hacían gemir desesperadamente su ardiente celo. Quise saltar inmediatamente a
su lado para responder al llamado animal de la especie. Ya iba a tomar el
impulso necesario para dar el brinco, cuando una luz de consciencia me despertó
y me detuve en seco. Este conjunto de
hechos, eran realmente desconcertantes. Me apoltroné en una butaca y empecé a
sacar cuentas.
Seis meses atrás, por una situación de trabajo estuve en Ica. Los
compañeros trabajadores de la sucursal se portaron de las mil maravillas
durante mis tres días de labor. La amistad desplegada ´los obligó´ a festejar
los resultados alcanzados al haber conseguido contratos muy convenientes para
la empresa; motivo suficiente para hacer algo especial en mi honor ese fin de
semana, como la fresa que coronaba la torta:
-Colega, Pancho, ¿qué tal si vamos a conocer uno de los lugares más
representativos de la cultura afroperuana: Chincha, en su forma más pura y genuina; le
aseguramos que nunca se va a arrepentir de conocerla y sobre todo, disfrutarla
de una manera más vivencial: alegre, sana con full baile y atención?
-Del papeo no se preocupe que… allí vamos a probar sus sabrosos
platos típicos preparados por las manos de dignas matronas que conservan sus
ingredientes nativos y la música, con contagiosos ritmos que ya estamos con una
picazón inaguantable en los pies por volver a zapatear junto con los mejores
del país… hasta quedarnos sin tabas. Anímate, colega y… ¡vamo a contratá la
micro di´unavé!
Efectivamente, llegamos al Barrio de El Carmen y nunca estuve tan
agradablemente atendido. La familiaridad reinante y la incomparable franqueza
de sus habitantes me hacían sentir realmente en casa. Los juegos de cantarín contrapunto,
acompañados con diestros acordes de maravillosas guitarras crearon un ambiente jaranero,
jocoso y juguetón; pleno de ingenio e improvisación. Al poco rato llegaron las
bebidas espirituosas y desapareció totalmente la malicia o el inicial temor
propio de los recién llegados:
-¡Prueba este vasito un poco grande de cachina! Aquí la tomamos como
si fuera Coca-Cola… tan solo es jugo de… uva… Por estos, tus nuevos amigos,
¡salú!
Y de las cinco damajuanas de cachina pasamos al vino…
-¡Es de consagración, hermanito! A ver, ¡Arriba, abajo, al centro y
adentro!
Cuando íbamos a pasar para probar el verdadero mosto puro, la señora
de la casa dijo:
-A ve… pa´tuito utée, hemo preparao un rico bocaíto ´e… la
epecialidá e´la casa: uno animalito al´hono pa´que se lamban lo´dedo… así que
too e´ mundo a lamesa! ¡dejen descanzá un momentito la botea y vamo a chupanos
hata lo´hueso!
Me dirigí un tanto tambaleante hacia la mesa y me senté junto al
viejo patriarca Don Nicolá Prieto Retinto y pronto estábamos solícitamente
atendidos con unas gigantescas fuentes donde destacaban mitades de cada pieza;
a unos les tocó la parte inferior del asado, que sobresalía del plato; pero a
los otros, (no lo podía creer porque ya estaba entre Pisco y Nazca) les tocó la
parte superior, que incluía largas patas y costillas; tan grandes como las
anteriores… pero, a pesar de que mi capacidad visual estaba a media caña, pude
percatarme que no tenían cabeza. El hambre pudo más y de aquella gigantesca
liebre (?) solo quedó un montoncito de huesos y los vasos de clarito seguían
sucediendo uno tras otro.
-¿Se sive otro platito, compay? Tenemo suficiente pa´ tre día. ¡La
caza etuvo fenomená!
La caza ¿o ya estoy escuchando mal, también? No quise pecar de
curioso en aquella casa que me trataban tan cortés y amablemente. Solo me
limité a esperar mi segunda porción y no recuerdo como por la mañana, estuve
sentado en el bus listo para retornar a mi casa.
No. Imposible que tan agradables experiencias tengan algo que ver
con las situaciones especiales que me están pasando. No, son solo malos
pensamientos… propios de una persona ignorante y desconsiderada. Sin embargo,
acabo de escuchar el mismo maullido debajo de mi ventana. Aquel pensamiento
inmediato se transforma en un deseo ancestral e incomprensible. Se me
escarapela todo el cuerpo, arqueo el espinazo, de un salto me dirijo a la
ventana y me sale un extraño grito desde el fondo de mi ser. Es un maullido
visceral que me empuja a buscar la compañía de esa llamada que me busca todas
las noches y un felino salto me saca socarronamente de mis cavilaciones.
-¡Miauuuuuu!
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