miércoles, 19 de octubre de 2016

FELINA INCOMPRENSIÓN


Hoy he amanecido con unas ganas irresistibles de arquear el “lomo” para poder bostezar a mi gusto cual hambriento tigre, antes de pegar un salto para bajarme de mi lecho. Pero, instantes antes, -recuerdo vagamente-, abrí un ojo, justo cuando me hallaba acurrucado en postura fetal tratando de recoger a mi lado, una imaginaria cola. Me levanté perezosamente y no tenía ni la menor intención de recibir una gota de agua sobre la piel y tan solo me di una “manita de gato”. Otra cosa curiosa: en el desayuno, de pronto, me lancé sobre la taza de leche y quise sorberla enteramente tan solo con la lengua. Hice un gran esfuerzo para coger el recipiente por el asa y llevármelo a la boca junto con un trozo de pan; sin embargo, mi mente estaba enfocada únicamente en devorar carne. Sí, acabar un buen trozo de carne y, si fuera cruda, mucho mejor.
Me quedé pensando sobre este reciente hecho que todavía bullía en mi mente e inicialmente bosquejé una leve sonrisa tomando lo acontecido como una simple extravagancia comestible. Empero, haciendo un poco de memoria, recién reparaba en una serie de hechos -aparentemente esporádicos e inusuales- pero, seguramente se trataba de meros caprichos pasajeros; luego, todo el santo día quería arrellanarme hecho un ovillo sobre las delicias del sofá; ronronear tranquilamente de cuando en cuando, para después  despertar, de sopetón parando las orejas, tras aquellos conocidos ruidos que venían desde el viejo desván y luego, me ponía a mirar la ventana, presto a saltar por ella ante ese llamado ancestral nunca antes vivido con tan increíble intensidad en pos de una posible comida. Pero lo más extraño venía por las noches, algo inexplicable se apoderaba de mí y me hacía caminar al filo de las cornisas vecinas con una seguridad pasmosa y a la menor seña de peligro (gritos, ladridos y piedras) mis ahogados maullidos se perdían en la garganta y recién adquiría un poco de temor, volviendo, callado, a mi cama.
-¿Quién anda por ahí a la una y treinta de la madrugada?
-Yo, vecino, perdón quiero decir miauuuuuuu…
Mas, lo colosal y realmente preocupante vino después. Fue en una determinada época del año pasado. Sí, exactamente, corría el mes de octubre y unos llamados lastimeros, casi sobrenaturales, me cogieron en forma visceral: sin lugar a dudas era el llanto de una necesitada criatura, como pude comprobarlo al sacar la cabeza por la ventana del dormitorio: una hermosa minina se había colocado al pie, mezclando su suave ronroneo con movimientos onduladamente lascivos que la hacían gemir desesperadamente su ardiente celo. Quise saltar inmediatamente a su lado para responder al llamado animal de la especie. Ya iba a tomar el impulso necesario para dar el brinco, cuando una luz de consciencia me despertó y me detuve en seco.  Este conjunto de hechos, eran realmente desconcertantes. Me apoltroné en una butaca y empecé a sacar cuentas.
Seis meses atrás, por una situación de trabajo estuve en Ica. Los compañeros trabajadores de la sucursal se portaron de las mil maravillas durante mis tres días de labor. La amistad desplegada ´los obligó´ a festejar los resultados alcanzados al haber conseguido contratos muy convenientes para la empresa; motivo suficiente para hacer algo especial en mi honor ese fin de semana, como la fresa que coronaba la torta:
-Colega, Pancho, ¿qué tal si vamos a conocer uno de los lugares más representativos de la cultura afroperuana: Chincha, en su forma más pura y genuina; le aseguramos que nunca se va a arrepentir de conocerla y sobre todo, disfrutarla de una manera más vivencial: alegre, sana con full baile y atención?
-Del papeo no se preocupe que… allí vamos a probar sus sabrosos platos típicos preparados por las manos de dignas matronas que conservan sus ingredientes nativos y la música, con contagiosos ritmos que ya estamos con una picazón inaguantable en los pies por volver a zapatear junto con los mejores del país… hasta quedarnos sin tabas. Anímate, colega y… ¡vamo a contratá la micro di´unavé!
Efectivamente, llegamos al Barrio de El Carmen y nunca estuve tan agradablemente atendido. La familiaridad reinante y la incomparable franqueza de sus habitantes me hacían sentir realmente en casa. Los juegos de cantarín contrapunto, acompañados con diestros acordes de maravillosas guitarras crearon un ambiente jaranero, jocoso y juguetón; pleno de ingenio e improvisación. Al poco rato llegaron las bebidas espirituosas y desapareció totalmente la malicia o el inicial temor propio de los recién llegados:
-¡Prueba este vasito un poco grande de cachina! Aquí la tomamos como si fuera Coca-Cola… tan solo es jugo de… uva… Por estos, tus nuevos amigos, ¡salú!
Y de las cinco damajuanas de cachina pasamos al vino…
-¡Es de consagración, hermanito! A ver, ¡Arriba, abajo, al centro y adentro!
Cuando íbamos a pasar para probar el verdadero mosto puro, la señora de la casa dijo:
-A ve… pa´tuito utée, hemo preparao un rico bocaíto ´e… la epecialidá e´la casa: uno animalito al´hono pa´que se lamban lo´dedo… así que too e´ mundo a lamesa! ¡dejen descanzá un momentito la botea y vamo a chupanos hata lo´hueso!
Me dirigí un tanto tambaleante hacia la mesa y me senté junto al viejo patriarca Don Nicolá Prieto Retinto y pronto estábamos solícitamente atendidos con unas gigantescas fuentes donde destacaban mitades de cada pieza; a unos les tocó la parte inferior del asado, que sobresalía del plato; pero a los otros, (no lo podía creer porque ya estaba entre Pisco y Nazca) les tocó la parte superior, que incluía largas patas y costillas; tan grandes como las anteriores… pero, a pesar de que mi capacidad visual estaba a media caña, pude percatarme que no tenían cabeza. El hambre pudo más y de aquella gigantesca liebre (?) solo quedó un montoncito de huesos y los vasos de clarito seguían sucediendo uno tras otro.
-¿Se sive otro platito, compay? Tenemo suficiente pa´ tre día. ¡La caza etuvo fenomená!
La caza ¿o ya estoy escuchando mal, también? No quise pecar de curioso en aquella casa que me trataban tan cortés y amablemente. Solo me limité a esperar mi segunda porción y no recuerdo como por la mañana, estuve sentado en el bus listo para retornar a mi casa.
No. Imposible que tan agradables experiencias tengan algo que ver con las situaciones especiales que me están pasando. No, son solo malos pensamientos… propios de una persona ignorante y desconsiderada. Sin embargo, acabo de escuchar el mismo maullido debajo de mi ventana. Aquel pensamiento inmediato se transforma en un deseo ancestral e incomprensible. Se me escarapela todo el cuerpo, arqueo el espinazo, de un salto me dirijo a la ventana y me sale un extraño grito desde el fondo de mi ser. Es un maullido visceral que me empuja a buscar la compañía de esa llamada que me busca todas las noches y un felino salto me saca socarronamente de mis cavilaciones.

-¡Miauuuuuu!

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