Esta
chapa, mote, sobrenombre o nickname se la puso su irreconciliable brother Zeus,
por cuanto inicialmente al primero le correspondió las tierras secas y, al
segundo, todas las fuentes, mares y océanos; ríos, lagunas, cochas y meandros
(ojo que no es lugar para lo que piensas).
Sin embargo, Zeus fue escogido por unanimidad (sus tres hermanas y una tía que
le hacía el bajo) para ser el nombrado ´dios de dioses´ aun siendo menor por
muchos siglos de distancia. Estando Poseidón en los albores de su seco reino,
pronto se dio cuenta que sus tierras no alcanzaban ni a la centésima parte
ocupada por las aguas del mar. Pidió a los cíclopes su famoso tridente, además
de una cuadriga tirada por caballos marinos e inició una olímpica rebelión
contra el trono. Invocó a las tempestades y clavó violentamente su trinche en
las profundidades del mar y cayó el diluvio universal. El otro joven soberano, al
inicio, se mataba de risa tirándose de las barbas (todo se tiraba por ser el
mandamás del Olimpo); pero cuando el techo se le venía abajo por el terremoto
9,9 ocasionado por su hermanote mayor, cogió su gran capa de cabro viejo, se
cubrió con ella y desapareció clamando: “On´stás, dios mío”... Esta no es
conmigo; el servicio de inteligencia del imperio no me pasó el dato, solo
gracias al oráculo sé que esta maldita lluvia no cesará por 40 días y 40
noches… ¡Hermanito, Caín, perdón, Mefis; digo Posei… ¡Sean tuyas todas las
aguas del universo! ¡Regístrese, fírmese y cúmplase!
Todo
hubiese estado O.K., pero la última partecita del discurso le pareció aguas
servidas del Olimpo y exclamó: ¡Que todas las aguas del mar se levanten y
acaben con este palacio de m…ármol, con sus malditos ocupantes y sobre todo con
ese desgraciado que no quiere respetar a su hermano mayor… que se joda en este
momento! ¡Obedézcanme, que yo Poseidón, el que lo posee todo, os lo manda!
Y
ya estaban por sucumbir las inmensas columnas del palacio real entre las
embravecidas olas que se acercaban amenazadoramente por poniente, cuando
aparecieron los 10 dioses restantes y mandaron el cese de todos peligros
desatados por la furia del hermano mayor. Pero, Posei estaba tan seco de entendederas
que dijo: -Que se vaya al averno!... que no lo quiero ver a ese cabro viejo nunca
más por mis insondables aguas y que otro rayo lo parta!
-Suave,
suave, Posei… ya estuvo suave. Piensa! No te conviene vivir por siempre en el
fondo del mar… se va a empeorar tu catarrito… que ya está camino a ser crónico
y ya te has tirado 100,000 rollos de papiro porque te manejas una griega de la
gran flauta y de tanto moco ya tenemos un humedal más grande que toda el Ática.
Piénsalo bien! Todavía estás a punto de
tirar por la borda todas aquellas aguas que pueden hacerte desaparecer! ¿What
do you thing about it? Bajaron y le ofrecieron la danza del único velo (recién
estaba implementándose) para calmar su irascible geniecito, proporcionándole en
forma gratuita: 20 odaliscas, 30 ninfas y 10 primas para bajarle la presión. La
pachanga le duró una jornada submarina o sea solo tres días y se quedó a media
caña, razón suficiente para volver a su estado normal: insatisfacción crónica,
reumatismo galopante por contagio directo de sus hipocampos y una pulmonía que
reclamaba avisos necrológicos sin ninguna espera. Además, acababa de recordar
que sus hermanas, sus 20 queridísimas primas en primer y segundo grado consanguíneo
le habían tirado roche la noche anterior y, lo peor, hacía breves instantes que
su hermana y esposa le había negado un clinch concha contra concha y… perdió la
chaveta, digo, perdió las riendas del juicio –porque nunca tuvo buen juicio- y
se armó la de deus se moi!
Cogió
el tridente con la intensión de clavarlo violentamente en el lomo de una de sus
ballenas asesinas que le servía de despensa, refrigeradora y ducha, pero su
arma se atracó en una de las volutas doradas de su trono; el tiro se desvió y
fue a parar directamente en el imponente pompis de su esposa que andaba
preparando el mercado y que visto desde atrás tenía las mismas proporciones. Su
alarido fue tan feroz que generó un terremoto extraordinario por los bajos
fondos y, a escala cataclismo en la ruinosa superficie. Lleno de una fingida
pesadumbre se acercó amorosamente a su presa, digo a su ´espesa´ para tratar de
aliviarle el sufrimiento pugnando por sacárselo de un tirón, mas tan solo consiguió arrancarle ambos cachetes,
pues el inmenso arpón central se había perdido en las profundidades… del océano.
Pasado
este leve acontecimiento, este dios más conocido como el romano Neptuno, junto
con los demás dioses, semidioses y demás mortales continuó la pachanga perpetua
en la que, hasta hoy, andamos, corremos y morimos por poder coger una diosa,
una ninfa, una vestal o una simple mortal (porque en verdad son mortales) y
para ello, Poseidón disfrazado de águila, caballo, toro o delfín conseguía los
favores –por el amor o la fuerza- argumentos infalibles, por los cuales tuvo
incontable prole: p.e. Tritón, Rodé, Bentecisime, Anteo, Polifemo, Teseo,
Cieno, entre muchos. Siendo uno de los dioses más aprovechados en el renglón
camatorio. Así, tan solo por el hecho que su espesa se llamara Anfritrite y no
podía llamarla para tener intimidad fue causa suficiente para buscar cientos de
nombres más fáciles; ni su hermana Deméter se le escapó.
Pero entre sus amantes destaca a la
cabeza Medusa, un espécimen muy especial por su extremada belleza sobre todo
por las bondades de sus rizados y dorados bucles. Bueno, lo cierto es que
buenos siglos había esperado Poseidón para poseerla y esta no debería ser ni la
primera ni la última. Cuenta el ciego Homero que después de un banquete y
estando con unos veinte odres de vino encima solo se habían quedado Zeus, que
tenía las llaves del Olimpo, la hermosa Medusa y, a la espera, el insaciable
mamador, digo amador. Este le hizo una seña al hermano menor y logró quedarse
solo con su ansiada presa. Se acercó por detrás para no despertar sospechas y
la tomó dulcemente por su extraordinario cabello. Ella volteó para ver de quien
se trataba pues tenía en mente al dios supremo. Grande fue su sorpresa cuando
descubrió el lascivo trinche del inesperado acompañante.
-¡Vamos!... y no te resistas… que
bien se sabe de qué pie cojeas… ¡No te resistas… que puede ser peor…
-Pero, por lo menos, dime tu nombre…
porque hasta este hermoso caballo, delfín o águila que me toma por mi cabello
debe tener un nombre, a no ser que se trate de un vulgar hijo del demos.
-Soy el mayor de los dioses, al que
siempre has estado esperando por los siglos de los siglos…
-Mentira, él tiene otro trato y es
tan veloz como un rayo!
-Soy Poseidón, el que posee lo que
quiere… y yo te quiero, ahora!
-Nica! Nicaragua, brother! Búscate
una de esas ninfas que estás acostumbrado…!
-Pues te maldigo en este mismo
momento y que estos tus cabellos que tengo entre mis dedos se conviertan en
venenosas sierpes y que con solo ver tu rostro de frente cualquier ser que se
atreva a hacerlo quede convertido en roca for ever!
Y los frustrados amantes desaparecieron entre las
aguas de la historia.
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