domingo, 14 de junio de 2015

UN LARGO FIN DE SEMANA

Mi muy estimado Dr. Chiro T. Fast:

… todo empezó en la última reunión que tuvimos por el Día del Empleado Público en un conocidísimo hotel de Miraflores. Estando allí celebrando con todos los compañeros de “chamba”, bajo los sones del ‘Ojalá que te Mueras’ y acompañados por más de veinte cajas de chelas, dos piscos sours y dos docenas de anisados, resulté encamado con mi jefa: un conservadísimo modelo cuarenta; de aspecto parco,  circunspecto, hasta hosco en la oficina, pero cuán equivocados anduvimos todos los onagros en esas incontables noches de ensueños  conquistadores.

Estábamos cambiando parejas en el baile cuando de pronto me encontré en los brazos de mi platónico chape. Solo bastó que la coja de la cintura y le musite un susurrante: entrégate con toda tu alma…y fue el inicio de una interminable cadena se sesiones amatorias que nos llevaron al éxtasis en las 69 versiones de la Rampolla.

Luego, cualquiera podría decir: de qué se queja este baboso¡ Ha tenido mucha suerte en cumplir su más caro chape y hoy recurre al sexólogo más famoso  del planeta para hacerle una consulta con carácter de urgente. Bien, mejor digo mal, porque en un principio fue su depa nuestro secreto nidito de amor de todos los días o mejor, de todas las noches; luego fueron dos, tres, cuatro veces al día. Inventando mil y una disculpas para salir del trabajo de manera muy caleta. Pronto sus vecinos nos gritaban con los ojos: sucios, mañosos, aguantados, etc. etc. Razón por la cual nos fuimos a un Hotel de cinco estrellas  conocido como el 5.5 y a la semana ya no teníamos ni para el té.

Total: lo único que quedaba eran horas extras. La cosa no estuvo mal; es decir esta nueva alternativa, porque permitió seguirnos teniendo más a menudo y lo podíamos “hacer” generalmente en el baño de damas por su amplitud y comodidad. El asunto iba de las mil poses, pero todo tiene sus bemoles. El entusiasmo embriagante se transformó en una sed insaciable por parte de ella: a las doce de la noche quería repetir  los cinco de rigor y, la verdad, que lo lográbamos. Sin embargo la pasión  subió a  grados inaguantables, perdón incontrolables: del baño, pasamos a su oficina, luego a la mía, a la del jefe; del escritorio a la silla y de esta, a las gradas, logrando así  obtener tantos orgasmos como escalones tenía la escalera.

Hoy, le escribo desde la Clínica San Juan de Dios y con incuestionables razones de irme directo al Sexicomio Moisés Heresi para una total revisión del aparato… pensador porque sigo buscando en el plano detallado de la oficina si queda algún lugar apto para consumar los cinco obligatorios de reglamento. Estoy pensando que solo nos falta en la baranda del balcón que se halla en nuestra oficina  del quinto piso. El problema no es que todo el mundo nos vea, si no que me pida el sexto y la verdad, ya no estoy para…  subir un piso más.

                                                                                                   José el Quinto, Polobaya

Estimado Pepe el V:


a solución no es que ambos usen paracaídas. A esa altura es muy poco el tiempo para que se abran y van a caer… en el ridículo. En este caso, lo mejor es que la lleves a un endocrinólogo y le hagas regular el termostato; hoy por hoy lo tiene recontra acelerado por falta de uso apenas salió a la venta. En cuanto al tuyo (tu caso), no te vas a preocupar indefinidamente. El Dr. T. Capo es un especialista en orqueotomía; el único inconveniente es que te va a cambiar la voz, vas a perder tonicidad muscular y mucho carácter, pero, a cambio, vas a rendir en el trabajo como un buey y pronto te van a nombrar Jefe del otro equipo… el de relaciones humanas. Suerte en tu nueva vida.

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