Era una noche totalmente cerrada y por demás tormentosa salpicada de violentas descargas luminosas que chocaban violentamente contra aquellos perdidos escondrijos que chispeaban fugazmente en medio de la horrible oscuridad de aquel desconocido y enmarañado bosque pleno de trampas salvajes. Además, ahora el hedor venía trepando violentamente desde abajo y era por demás nauseabundo y aquel espeso lodo solo permitía arrastrar penosamente cada paso; luego, la pesadez de nuestros tropezones hacían imposibles la marcha por entre el revuelto terreno que nos impedía la tortuosa escapada de aquella senda tomada al azahar. Cuando de pronto, nuestros pasos se iban hundiendo más y más… El piso parecía sembrado con horribles alimañas y aquel espantoso ruido nos convencía de estar pisando un macabro lecho cubierto con mortales insectos venenosos. Aquel traqueteo ensordecedor aumentaba conforme avanzábamos y con cada paso se volvía más insoportable. Sin embargo, lo peor vendría conforme pasaban aquellos minutos, eran siglos de dolor y mala espina; pues nos iba convenciendo más y más de lo imposible que estaba resultando nuestro accidentado viaje y pronto vendría a cubrirnos otro feroz velo de una noche eterna.
Al rato, y en un
acto desesperado, vimos que solo nos quedaba un tanto de consciencia, el mismo
que nos permitía reparar en el cruce eterno de aquel interminable bosque, pero,
de pronto, abrió un poco de luz frente a nosotros y supimos que lo estábamos
dejando atrás y esa pequeña sensación de
calma, un tanto que nos animó a proseguir esta desventurada empresa,
permitiendo, de trecho en trecho, tomar un poco de aire y jalar nuestro poco
ánimo con medias palabras entrecortadas hacia el desfalleciente acompañante.
Entonces, nos
detuvimos por un solo instante sin saber el porqué; seguramente tratamos de
mirarnos instintivamente, respirar y buscar otra opción, pero sabíamos que
estábamos cubiertos totalmente con mucha sangre que se iba secando, copioso
sudor en los pocos andrajos que nos quedaba; empero, estábamos vivos a pesar de
todo. Angelita, no pudo más y halándome del brazo, sentí que se desplomaba de
un tirón y por un momento creí que había desaparecido por completo. Después de
un instante, que me pareció un siglo, la grité por su nombre y una débil voz me
respondió lejana, como si fuera la de una persona moribunda.
Lo primero que
hice fue tantear en el vacío con una sola mano para saber si hallaba alguna
parte de su cuerpo que me indicara dónde estaba; con la otra, todavía asida del
palo que me servía de bastón en toda la ruta, tuve que contener la posibilidad
de buscarla para no ensartarla en medio de mi desesperada búsqueda. Y sin
quererlo, tropecé con algo duro y, al toque, traté de cogerlo… pero era una
piedra de regular tamaño, tal como pudimos comprobarlo a la mañana siguiente.
Menos mal que un quejido más fuerte me permitió descubrir su cuerpo; me
acurruqué a su lado y nos quedamos dormidos.
El fuerte sol
quemaba hasta el alma y fue ese feroz sopor que nos despertó asustados y
chorreando sudor hasta más no poder.
-¿Do…dónde
andamos?
-Creo…que
a punto de llegar a un poblado…
-¿Cuál
poblado? Si no veo ni vestigios de civilización…´Tas loco, o el sol te ha
cocinado el cerebro…
-Mira…anoche,
antes de caer rendido, sentí voces humanas y se me apagó la tele…
-Ya ves,
estás delirando, ¡Dónde diablos vamos a tener un vestigio humano…Solo hay monte
y más monte…por donde lo veas…
-Anda,
incrédula; en lugar que des ánimos… Mira, ahora mismo estoy sintiendo una
multitud de voces que cada vez son más nítidas… ¡Ya ves, te lo dije y estoy en
lo cierto! ¿Qué te dije? Mira, alrededor nuestro…
-Pero,
perooo…es toda una tribu…y no parecen muy amistosos que digamos… ¡Suéltenme!
¿Por qué nos amarran? Creo que son antropófagos…
Efectivamente.
Pronto se separaron en dos grupos de seis miembros, aparte de mirarnos
detalladamente, nos tocaban y se hacían muchos comentarios después de lo cual
parecían saborear una futura presa de singulares proporciones. En un largo
poste de seis metros más o menos nos colgaron de cuatro manos y nos frotaron
con unos frutos carnosos, pero bien ácidos. Muy alegres iban cantando a todo
pulmón en todo el trayecto; mientras nosotros suponíamos que, si bien no
dominaban nuestra lengua, eran muy considerados al llevarnos cargados, aunque
de una manera no muy cómoda.
-Oye, Juan,
me están cogiendo todas mis partes blandas y se saborean indistintamente…Me
huele a otra cosa que son tan considerados y que, por lo mismo, nos llevan con
cierta comodidad, pero…¿por qué permanecemos tan atados y siguen con las frotaciones?
-¡No te
preocupes! Todos se ven bien llenitos… y no creo que sean tan salvajes…
-¿Y esa olla
gigantesca que está hirviendo en medio de las chozas?
-Son bien
aseados y seguros nos van a dar un bañito…
-¿Con agua
hirviente?
-¡Nos han
visto muy sucios…y están cuidando el medio ambiente y la contaminación!
-¡Plop!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario