Para empezar, aquella maravilla local de posada, mesón o fonda genuina de estos pagos campestres, refugio de cotidianos jornaleros, de los exigentes dueños de haciendas, chacras y ganado, de comerciantes venidos de otras tierras allende los mares, de respetables autoridades de justicia y del cabildo, de infinidad de curas con un filo asesino de músico ambulante y todos los demás habitantes de estas tierras, quienes, obligados por su buen diente y mejor paladar, coincidían regularmente de lunes a lunes, con una fe tan opípara como la rebosante devoción demostrada en cada procesión, en sus interminables fiestas de guardar (por una semana cerrada), y en el variado menú de sus exquisitos manjares, acompañados siempre con delirantes bebes de chicha del maíz negro; todo lo que determinaba cabal y específicamente a esta institución tutelar como un real símbolo viviente y una marca tan propia de estos lares acolpachados por la Mamita de Chapi, tanto o más que sus sacrosantas iglesias y conventos.
-¿Oíte, p´ande vamos a jondeyarnos unos ricos picantitos?
-¡Maver…vamos, pue, ande la Cosita Rica! ¡Qu´esas torrejitas de
verdura están pa´lamer el plato, baray! Y ya te digo que allí tenís una chicha…
que de solo pensar se t´iase agüita la jeta…
Mas lo inexorable del tiempo, las continuas migraciones sociales y sus
costumbres, no solo han cambiado su peculiar denominación de aquel local
tradicional, donde su comida -principal sustento de sus comensales- estaba
aderezada, sazonada y condimentada con toneladas del ají colorau, rocoto al por
mayor con sus circas y todo, incluyendo tinajas de llatan como infaltable
aliño, crema o condimento pa´lamberse los dedos; y que infalibles, como la
puntualidad de un sacristán para obtener sus propias limosnas, siempre cobraban
ardientes intereses tanto de entrada como de salida, haciéndolo vivir a cada
comensal, llameantes experiencias en ambas bocas del mismo infierno.
-¡Pucha que la Teresa s´iesmerau… este llatan está como pedo del
diablo… quema que da miedo!
-¡Mandáte un par de bebes hasta los portales… y enseguidita, mandáte
otro par de bocaus d´este rico “Escribano”… no lo vais a sentir! ¡salú, salú, andate
y volvete!
En otras palabras, aquel amoroso racay estaba parau sobre grandes y
nobles horquetas de molle, que sosteniyan largos troncos sauce y ocalicto
qu´aiciyan sostén del techo, yel rústico local se lo techaba con pura paja y
las paredes tan solo eran sillares pircados (amontonados), que en época del friyo
te cubriyan del viento y la lluvia; pero en el calor, las filtraciones dejaban
pasar el viento y refrescaban el lugar. Generalmente era una “sala inmensa” con
piso de tierra y allí mismo estaba la cocinita artesanal hecha de barro,
alimentada con el fuego producido por la quema del guano seco, tanto del ganado
y las raíces de alfalfa, como por los trozos de leña seca avivados
constantemente por los soplidos de las hacedoras o ayudantes a través de un
tubo de fierro o “pucuna”; en la parte de abajo, tenía un horno donde se asaban
los incomparables pasteles de papa, de lacayote, de calabaza o el mismísimo
rocoto relleno; además, para “chactar” los “conejos” (cuyes), las liebres, los
patos y las gallinas. En otro ambiente, cada noche se hacía hervir el güiñapo
en una “concha” durante horas hasta que la usma (chicha verde), estuviera bien
cocida; luego, se la cernía (colaba) en una “seisuna”, y el anchi (restos del
maíz cocido) era separado para ser comida de las aves, conejos y otros
animales. Enseguida, se aumentaba el “concho” para hacer fermentar aquel
líquido celestial que amamantaba a tuita la gente de Arequipa. Asimismo, antes
de servirse los picantes, generalmente de tres a seis de la tarde, se
acostumbraba a “envitar” un entremés o entrada: el clásico “Escribano”, una
mezcla de papas hervidas, con tomate, trozos de rocoto y sazonado con salcita,
aceite y vinagre. Esto era como desafiar al mismo Diablo, metiéndose al
guargüero toda una braza incandescente, más el fino paladar mistiano, lo
recibiya con mucho aguante y satisfacción; solo, al diya siguiente, teniyas que
meterte un trozo de hielo en el mero poto; porque muchas veces, la salida
costaba aguantar más que la entrada.
Hoy en día, cualquier restorán o negocio que haga sus veces suele
llamarse picantería. Y sus carencias son abismales:
-A ver, mozo… ¡tráigame un Escribano!
-Esto es una picantería, señor… ¡Nada que ver con el Poder Judicial,
ni notarios; menos picapleitos…
-Entonces… ¿qué tienen como Jayari?
-What? ¿Con qué se come eso? ¡esto es una picantería tradicional!
¿Entiende?
-Bueno, por lo menos tendrán Dobles…
-¿Dobles de quién? Solo tenemos picantes…
-OK, ¿Un platito de torrejitas de verdura?
-¡Amigo! ¡Es picantería! Le puedo traer un lomito saltado o un
cebiche mixto, ¿le parece?
-¡Prefiero un Pato al Orange! ¿Picantería? Bahhh…
AREQUIPEÑISMOS: basado en el Diccionario de Arequipeñismos de Juan Gmo.
Carpio Muñoz
Acolpachar: arrejuntar, apapachar
Bebe: el vaso con chicha más chico
Concho: parte más densa que se asienta en un líquido
Chactar: apretar; en este caso, poner un peso encima del cuy a freír
Filo asesino: con mucha hambre
Jayari: plato de comida previo al almuerzo
Dobles: diversidad de picantes servidos en platitos separados
Escribano: entremés o entradita hecha con papas hervidas, tomate,
rocoto; aceite y su salcita al gusto
Hacedora: ayudanta de cocina
Llatan: aliño o crema hecha de rocotos y huatacay
Ocalicto: por eucalipto
Picantes: platos de comida preprados en una picantería, generalmente
coh harto ají y/o rocoto
Picapleitos: kerkere, pleitista, leguleyo; cuasi abogado
Pucuna: trozo de tubo metálico para soplar y avivar el fuego
Racay: vivienda humilde, levantada casi provisionalmente; casa rústica
Seisuna: colador para filtrar la chicha recién hervida.
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