Época por demás caliente cuya
función natural es levantar todos los miembros… de cualquier repentina tribu o improvisada
cofradía que en tales momentos (días, semanas o meses), forman sendas pandillas del-ve-ra-no…
para planificar incendiarias ideas: a) Prender fogatas hechas con sus ropas de
baño de las vecinas; b) Aseverar que el promotor de tal ideota resulta ser todo
un Aquaman allí en el “tumbo”, donde se rompen las olas, sabiendo que su joven
pareja no tiene ni perrito en su record natatorio; y c) Efectuar ese viaje
acompañado por la chibola del grupo para gozar la incomparable tibieza de esa
isla paradisíaca a tres días de navegación.
Sin embargo, y ya en otra cosa, gracias
a un simple análisis semántico de este término podría decirse que, metido en el
bulbo raquídeo, hay un mecanismo escondido (mataburros, urgente), que lo dispara
al córtex como un compuesto perfecto de dos voces: ver y ano; así pues,
pareciera que todo el mundo, obnubilado por el exceso de calor y chorreando
feromonas a más no poder, tratará de perder el monokini, la bermuda o los dos,
según el caso de la caliente bestia. Sin embargo, pareciera que, como reflejo,
el escuchar la simple palabra ve-ra-no ejerce un hechizo bestial a nivel
hipocampo, tanto que hasta la menos obediente de las fulanas tratará de hacer
lo imposible “haciendo” que el otro, pueda concentrarse únicamente en ese lugar
exacto donde pierde la existencia su minúscula tanga.
En cambio, el machísimo macho; el
fulanazo de tal… el macho alfa…lfa o el aficionado a Tarzán de bolsillo, pese a
la calentura del medio (ambiente), empieza siendo un congelado fosforito metido
en una clásica caja denominada short o bermuda, siendo incapaz siquiera de levantar…
la vista sobre alguna fulana en topless; porque, a la primera, o le llueve el
puteo de su venerable, escandalizada por
las chichis al aire o los coscorrones de la abue; metiéndolo bajo ambas faldas
hasta que cumpla los 40 años. Más tarde, con el pasar de los años, cuando llega
otra vez el estío y las hormonas despiertan alborotadas -de la noche a la
mañana- debido a esos sueños navegables que casi lo ahogan, su libido se hace
llama, tea, fogón hasta volverse un incandescente crisol; y por tanto, en tan viril
estado, al primote o al primate le resultará imposible que se le arrime -a un
milímetro- cualquier forma de fulana, aunque esté con escafandra encima, ya que
este jainacho en ciernes estará altamente inflamado de por vida y la puede
meter en su fogón y hacerla combustible sin más ni más hasta volverla
chicharrón al paso; es decir, que este creyente macho Al… cubo, no solo es un
dechado de hirvientes feromonas y por lo mismo, solo te puede brindar megatones
de calor, de gran afecto y toneladas de comprensión.
No, está perdido: pues lo primero que pierde es su ecuanimidad, su control y su
vergüenza; luego, hay que cogerle el otro sentido al dichoso término de
porquería.
Pero, aclaro, antes de poder
precisar las ideas plasmadas líneas arriba sobre el verano y sus formas de
apreciarlo, entenderlo y vivirlo, tuve que consultar con mis dos expertos
colegas graduados, recibidos y titulados en la Universidad Autónoma de
Huaranguillo; porque no quiero que se vaya a dudar en lo mínimo de estas eminentes
lucubraciones; puesto que tanto el Dr. Nicolayev Paredes como el Dr. Peter Gamboa,
aparte de ser chamanes, brujos y magos, tienen especialidades en Sexología
Medioambiental.
Y porque mañana, después de leer
de estos párrafos, dentro de los miles de confiados seguidores a mi blog,
pudiera aparecer gratuitamente algún envidioso que nuca falta y me califique de
ignorante, improvisado o predicador de nuevas tendencias libidinosas del inocente
verano; asimismo, y ante el posible surgimiento
de algún caso extraño de escondida felonía por no haber tenido algún verano
aforro, no sepa todavía canalizar sus ardores y yo pueda ser acusado de temerario
especialista en el uso y abuso de mi lengua.
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