Sin lugar a dudas, este había sido un día de miércoles a pesar de estar metido en pleno fin de semana; ya que era domingo y me encontraba recontra ido, perdido y jodido, deambulando en un espacio por demás puerco e infinito; sobre todo, viviendo la maldita resaca que se me chorreaba por todos los poros del mundo; es más, seguía sudando espantado al creer estúpidamente que permanecía recontra atrasado y que debería retomar inmediatamente mis postergadas obligaciones; pero seguía nublado hasta el coxis; pues, desde el saque, digo, desde anoche, me había quedado tan tieso como un tronco, obviando el baño de reglamento y el desayuno de esta mañana; para, finalmente, salir volando a la calle y no poder encontrar una maldita movilidad disponible a esa hora de la madrugada, ni después de las tres horas que anduve plantado como un poste junto a mis dos maletas; y lo peor, tener la seguridad de estar a punto de perder mi vuelo.
En suma, había pasado una serie de cosas
increíbles como nunca: arribar al aeropuerto antes de la hora señalada; para…acomodarme
en una butaca y quedarme dormido en la sala de espera no sé por cuanto tiempo.
Solo la incesante bulla desatada por los miles de ajetreos propios del embarque
me despertaron violenta y sumamente asustado; luego, traté de buscar, a como dé
lugar, aquella manga de ingreso sin saber mi número de asiento; y lo peor, atracarme
feo en la primera escalera de acceso, para tropezar luego con una azafata que
se encontraba en pleno chape con otro uniformado y me quiso chapar también,
como disculpa. No le acepté a pesar de su insistencia, pero sí, en cambio,
cambió de color y me detuvo el equipaje adicional que cargaba desesperadamente.
Una vez dentro de la nave y al hallar mi número
de asiento, no me di cuenta de una minúscula viejita en la fila y me senté,
aplastando sus huesos al tiempo que le arrancaba un alarido tan espantoso, que
los demás pasajeros acudieron en mancha para reanimarla. Encima, me cayó una
maleta de lleno sobre la mitra, justo cuando, reconfortado, creí encontrar mi
sitio; ya seguro que tal equipaje era de puro acero y lleno de pesada carga,
porque tuvieron que improvisar una UCI para poder recuperarme. Finalmente, me
dieron 20 puntadas en la sien izquierda, me cosieron la oreja y trataron de
colocar la mandíbula en su lugar después de meterme una doble Nelson entre las
tres azafatas.
Al instante, juré por toditos mis santos no
subirme jamás a un avión; sin embargo, al rato, como una forma de lavar tanta
desdicha junta, me regalaron un pasaje a la increíble y milenaria China.
Después, no sé cómo lo hicieron, pero pude sentir
al capi en persona, quien me parecía un poco avergonzado, junto con dos de sus
secuaces también uniformados que me cargaban en vilo y me depositaron junto a
la puerta de emergencia para terminar de recuperarme (supongo). Desde el sitio,
pude ver uno de los gigantescos motores y me pareció algo extraño: permanecía
detenido y ni siquiera emitía ruido alguno -creo que no funciona...o será mi
imaginación- Y en ese momento el avión empezó a girar bruscamente para,
después hacerlo en forma de inmensas espirales y los pasajeros entusiasmados, al
inicio, aplaudieron frenéticamente.
De pronto, una voz venida de ultratumba nos
sentenció: “Aviso de último minuto, estamos perdiendo un motor…pero lo vamos
a encontrar, digo, lo vamos a recuperar… !Pasajeros…abróchense sus cinturones! Que
vamos a tratar de hacer un aterrizaje forzoso en una trochita carrozable metida
a lo lejos…que apenas se divisa; sin embargo, no hay que preocuparse…solo es
cuestión que recen un rosario completito a San Antoñito, patrono de los
imposibles…y al minuto, estaremos en manos de Dios. Aprieten los dientes y cuiden los
calzoncillos, por siaca; y no se olviden, que los invitamos a volar por esta,
la más segura línea aérea…del mundo”
El piloto, seguro que le metió primera dado el
esfuerzo del motor acelerado. Mientras, una de las azafatas, se quedó a medio
camino con su prendita íntima entre sus delicados dedos pulgar e índice
tratando de improvisar un varieté para calmar a la gente; fue entonces cuando,
en coro, las diez cucufas que venían en los asientos de adelante, protestaron
por el espectáculo o mejor dicho, amago de streep tease; y la más atrevida se
quitó su gigantesco velo, lo abrió de par en par y se colocó delante de la
chica voluntaria; entonces, se vino el Coliseo Romano y sus bravos leones
masculinos, quienes quisieron linchar a la veterana.
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