jueves, 19 de mayo de 2016

MARTÍN LUTERO


Este celebérrimo monje agustino nació en Eisleben, Alemania; y desde que nació fue un sonado protestante; ya sea porque su leche materna estaba muy aguada o porque solo disponía de un pobre y seco surtidor materno; razones suficientes para que continuamente sufriera dietas prolongadas y con carácter de obligatorias; pero lo peor era aquel remedo de leche con la que era amamantado y más tiraba para leche en polvo, estos simulacros le causaba unos embalonamientos de padre y señor mío, desatando desagradables y muy sentidos escapes gasíferos que hacían abandonarlo por largas jornadas, so pena de perder el estómago, amén de todas las viandas mantenidas en el buche, en caso de permanecer en el mismo recinto por veinte minutos seguidos con aquella bomba de gas portátil envuelta entre pañales.

Sus padres deseaban que fuese un eminente abogado, mas el temperamento contrario de Martincito hizo que abandone la carrera de leyes para ingresar en el Monasterio de Erfur y allí logró ser un cabal religioso católico a sus cortos 17 añitos con sotana y todo. Tanto le gustaba la doctrina eclesial que se puso dale que dale a la teología en la universidad, hasta que se doctoró en 1512. Siendo toda una autoridad en defensa de la fe,  fue premiado con un viajecito a Roma e inmediatamente alistó sus 20 sotanas de lujo y emprendió la retirada hacia lares papales, creyendo encontrar una pobreza digna de ser imitada, con total recogimiento y un respetado comportamiento de la autoridad.

Pero, cosas de la vida, desde que llegó al mismísimo Vaticano, su huéspedes, y en especial los jefes de la iglesia, así como todos los miembros de su corte vivían en total opulencia haciendo caso omiso al voto de pobreza; el libertinaje había cundido hasta el extremo de caer en completa aberraciones sexuales, incluyendo el manoseado incesto; las disposiciones supremas quedaban en el papel y el apetito personal denostaba los principios morales y religiosos de aquel centro que, supuestamente, debería irradiar principios de ética, razones de moral y, sobre todo, ser el ejemplo viviente de la doctrina que dictaba la Biblia para toda la iglesia católica en ese mundo propio del medioevo.
Crítico como era y, tan pegado al dogma como tenía que serlo, ante la presencia de los eventos tan cambiados en el seno de la iglesia; estando en El Vaticano se transformó en un peregrino cualquiera y subió de rodillas la Escalera Santa, rezando un Padre Nuestro en cada escalón para que logre concluir su romería con algo de sotana  en su cuerpo, ya que, durante el trayecto, diecinueve de ellas fueron totalmente agujereadas. Horrorizado por tanta corrupción, retornó a Erfurt, no sin antes hacer conocer el porqué de su airada protesta contra la autoridad de la iglesia católica, su renuncia irrevocablemente manifiesta y el nacimiento de una nueva y verdadera iglesia:

La teología debería ser enseñada en base a los dogmas de la experiencia y no de los principios teológicos basados en la autoridad del Papa o peor, en los principios de la iglesia imperante; pues los fulanos –sotana al cinto- vivían tan grandes bacanales  que las aberraciones sexuales de Sodoma y Gomorra resultaban ser la pichanguita de todos los días;

El mercantilismo de los perdones divinos; es decir, que las indulgencias se deberían obtener por verdaderos actos de fe y arrepentimiento y no como el fraile Juan Metzel lo venía aplicando: -“Cada vez que se sentía la caída de una moneda en las arcas del Vaticano, se libraba un alma del purgatorio”. Una infalible y genial movida de ajedrez que dio lugar al nacimiento del Banco Ambrosiano;

Estuvo convencido que sus propuestas habían adquirido el grado de irreconciliables frente a las “recomendaciones” mercantilistas del Papa. Lutero, obediente y fiel hijo de la Iglesia Romana regresó a Erfurt y aceptó el profesorado de teología. Sin embargo, seguía indignado por la venta de las indulgencias y constituyéndose en la razón suficiente para publicar sus 95 tesis en las puertas del Castillo de Wittemberg en la festividad de Todos los Santos. Tales noticias llegaron a oídos de la curia romana sacándoles ronchas tamaño familiar, enfadando a sus ilustrísimas; quienes clamaron desesperados gritos al cielo por haber hecho público los pequeños excesos carnales, materiales y fiduciarios propios del ejercicio de siempre.

El Papa en persona, viendo que también era misión imposible reconciliarse con el  Protestante de Erfurt, lanzó un bula de excomunión para Lutero condenándolo solo por 41 de sus tesis; a cambio, Martincito publicó “La Bula del Anticristo” y, como estaba haciendo mucho frío, hizo una fogata-party y se dio el lujo de quemar, a la vista de todo el mundo, la bula papal junto con su ley canóniga.

Posteriormente, su archienemigo Carlos V era nombrado emperador de Alemania, el mismo que conminó a Lutero para que compareciera ante la Dieta de Worms, integrada por el propio Carlitos y sus secuaces ministros. Estos le preguntaron: ¿Son estos tus libros que propugnan tenernos duda, asco y desprecio?

–Of course, my dear friends!  Así, que son tuyos…¿Te retractas de lo escrito en ellos? Ta, ta, ta, tan…
-Solo pido me otorguéis 24 horas para responderos!
Pasó  volando el tiempo solicitado y aquella corte despiadadamente autoritaria esperaba, muy ansiosa, escuchar el rechazo público de Martín a sus ideas expuestas acuciosamente en sus escritos marcadamente contrarios e inaceptables, tanto para la iglesia romana como para el virulento y joven emperador:
-La fe y mi consciencia no permiten retractarme! Aquí estoy y no puedo obrar de otra manera, ampárame Dios mío, amén!

Y la corriente protestante cundió por los países de Europa. 
                                                                       

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