Hasta hace unas horas se continuaba
creyendo que las mejores alfombras persas eran de origen chino, gracias los
inconfundibles enigmas atravesados en las etiquetas que cuelgan de dichos delgados y mullidos
colchones; aunque en verdad, los milenarios tapetes guardaban un aire de misteriosos e
imperecederos encantos que, en muchos casos, tenían particularidades muy prodigiosas;
como aquella de Aladino que literalmente hacía volar nuestra imaginación tanto
como las de su etéreo autor elevado a la categoría de anónimo, ante la
imposibilidad de poder descubrir el nombre del mismo, perdido entre las sabanas
de Siria.
Pero el asunto relativo a
persianas venecianas, tapasoles, cenefas, estores y demás taparrabos colocados
entre los cubículos transparentes de las oficinas de vidrio levantadas para ocultar de los
mirones públicos, aquellas acciones de
los jefecitos, empeñados en demostrar que las secres son exclusividad (y que por
lo tanto su natural disposición debe quedar en secreto). Bueno, y en serio, nuestros tapices acaban de dar
un giro inconcebible sobre todo para el mundo entero, pues las necesidades propias del organismo, crearon una serie de cómplices a manera de ropa interior tecnológica; como las
pinturas mate que solo dejan pasar la imaginación de los oletes; los sensores,
que desaparecen la luz ante potenciales desconocidos (superiores en visita
inopinada, la otra secretaria preferida o el anuncio del mayor peligro
existente en la tierra: la proximidad inmediata de la esposa enterada y a punto
de graduarse de kamikaze.
Pero, a la fecha, toda esta
innumerable gama de artilugios de escapismo, disimulo o desaparición
(dependiendo del grado de intimidad con la presa, la visita o el indeseable) ha
dado lugar a la fabricación -en serie- de novedosas cortinas en sus diversa formas,
tamaños, material y costo. Esto no sería ninguna novedad en el Medio Oriente –pues
seguimos siendo una potencia subdesarrollada. Sin embargo, tal vez ustedes, mis
amables lectores, dirán que soy indolente e indiferente, después de enterarse que hoy día somos los primeros en el mundo en la fabricación de cortinas y,
luego, que este solo hecho es suficiente para inflar los cachetes y sacar pecho
ante tamaña manipulación y logro.
Mas, ¡No! My dear bros! ¿Acaso no
se han dado cuenta hermanos cholifornianos de lo ocurrido en los últimos 7 días? ¡Imposible que ustedes hayan cualificado por enésima vez al
grado de masa inerme! Sin siquiera suponer la cantidad de agua ($$$$$) que ha
corrido bajo las arcas de la inmaculada prensa vista, leída y oída –tapándoles los ojos, la nariz y la boca- hasta cubrirles completamente las entendederas
de este pueblo altivo, mosca y pendenciero. Pero, “por sus hechos los
conoceréis”. No hay duda que El Cuarteto de los Rufinos, digo, de los rufianes,
está bien asesorado y sus graves tronchos de inmoralidad, corrupción, sicariato
y de menosprecio social; como Lavajato, las adendas, las engañosas firmas, las
matanzas y mil problemas acumulados hayan desaparecido bajo esta alfombra
mágicamente elaborada que nos ha metido la punta del iceberg hasta el jondo, en
complicidad absoluta con los chongresistas, el Joder Judicial, el Defensor del
Duelo y demás magos del Olimpo y nos han devuelto -gracias al encanto mediático
de sus sirenas-, hasta los turbulentos 70s.
-¡Pero, esto no es nada Inge!
Todavía se viene otra cortina más grande: ¡Disolver… disolver!
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